Playa El Tunco, emblema para el deporte de surf en el país, completamente sola. Solo queda la basura en sus orillas, como plásticos, botellas y zapatos viejos. / Francisco Valle


La imagen parece sacada de una película en la que un cataclismo acaba con la civilización y solo quedan los restos de lo que la humanidad representó. Plásticos, tapas de cervezas, colillas de cigarros, y zapatos viejos arrastrados a la orilla; allí donde no hace más de un mes el paso de las personas recordaba lo vibrante de las costas del pacífico, ahora es soledad y lo único que se escucha es el golpe del mar sobre las rocas.

Un perro de pelaje negro se pasea por doquier, bebe agua de las cunetas, y luego sigue su camino. Es el único que puede moverse con toda libertad por los pasajes de la vía turística de El Tunco, irónicamente en el departamento de La Libertad. Luego están las personas, las pocas que quedan en los hoteles, a la espera de recibir la orden de salir.

En tiempos normales, muchos salvadoreños iniciarían su festividad vacacional de Semana Santa este domingo 5 de abril. También se abarrotaría el aeropuerto San Romero con la llegada de hermanos lejanos y extranjeros que en su mayoría buscan las costas, que con ímpetu se han colocado en los últimos años en las favoritas para los surfistas.

El Tunco es una de las principales playas para los turistas extranjeros y nacionales, pero ahora luce desierta y todos los negocios permanecen cerrados. / Francisco Valle




Pero no estamos en tiempos normales, dice un seguridad que aguarda en las afueras de un hotel en El Tunco. Todo está cerrado a su alrededor, excepto por un pequeño supermercado y las tiendas de colonia. Está abierto no porque se espere la llegada de turistas, sino por los pocos que no lograron salir del país tras declararse cuarentena domiciliar obligatoria. Primero se fueron los europeos, luego los estadounidenses y canadienses en vuelos humanitarios, solo quedan los brasileños.

Unas 142,996 personas llegaron a El Salvador hace un año para vacacionar en Semana Santa, con un ingreso a la economía de $93.30 millones, según los datos del Ministerio de Turismo (Mitur). Fueron en ese momento los puntos turísticos de mayor atracción las playas, donde la ocupación hotelera alcanzó entre el 66 % y 100 %, y los restaurantes se mantenían operando arriba del 77 % de su capacidad.

El bullicio de las noches bohemias de El Tunco ahora se transforman en tiendas de recuerdos que permanecen cerradas con maniquíes modelando los sombreros de sol y trajes de baño. En los restaurantes las sillas están sobre la mesa, los hoteles con puertas al doble llave y lo único que se mueve son los rótulos de los bares cuando la brisa del mar se acrecienta.

Marta, de más de 70 años, espera a los compradores en el recién inaugurado Mercado del Mar, en La Libertad. Los comerciantes de mariscos aseguran que las ventas se han caído porque las personas creen que está cerra-do. / Francisco Valle


No hay ni vendedores de cocos helados. No se vislumbran minuteros, tampoco comerciantes de artesanías de conchas de mar. De vez en cuando, por la carretera, pasan militares observando que las medidas de cuarentena se cumplan y todos permanezcan en sus casas. El mismo escenario ocurre en las playas de El Zonte, El Sunzal, El Palmarcito, y más adelante en el corazón del centro turístico en el Puerto de La Libertad.

 

A un paso de la desesperación

Al final del pasillo del recién inaugurado Mercado de Mar en La Libertad está Marta. Sentada y rodeada de pescado seco, observa con melancolía el ruidoso silencio y deja ir el comentario “uno ve las caras y no sabe qué le pasa a esa persona” tras preguntársele porque a sus más de 70 años no está en casa. Marta está por su cuenta luego que sus hijos formaron sus propias familias, lo poco que vende le sirve para su alimentación.

La festividad de Semana Santa “era lo que nosotros esperábamos pero no salen las cosas como uno piensa”, comenta.

Junto a la caída de compradores de mariscos se desplomó el precio, agrega Maribel Martínez. Un pescado seco que antes se podría ofertar a $30 ahora le toca comercializar a $7, porque sale más caro la refrigeración para mantener la calidad que venderlo por abajo del costo.

Los pescadores artesanales en La Libertad han reducido sus actividades por la caída en el consumo de maris-cos. De 30 lanchas que antes operaban, hoy solo salen entre cinco y seis diarias, aseguran los productores. / F. Valle


Martínez se quedó ocho días en casa luego que el Gobierno declarara cuarentena obligada. “Una soledad tremenda, me dio pánico, pero, quizá, uno se decide a vivir con esa incertidumbre”, comenta desde el mercado donde los únicos que hay son vendedores.

Más adelante del Mercado de Mar, está en muelle artesanal para los pescadores. Evelyn compra los pescados más pequeños -porque son los que más se venden- para comercializar casa por casa en donde vive. De ella depende su madre, una persona con diabetes, y un niño de dos años de edad. Su compañero de vida se quedó sin empleo, luego que el restaurante donde trabajaban como mesero cerrara cuando se prohibió la llegada de turistas.

También está Edith, pero solo compra pescado para su familia. Aprovecha la salida para distraerse y ver con tristeza cómo la soledad inunda el corazón del polo turístico más representativo de las costas salvadoreñas. Ella junto a su hijo, que estudia último año de bachillerato técnico, y su esposo se dedican a la elaboración de cortinas de conchas. Sin embargo, para sortear la pobreza y la caída de ingresos, su compañero de vida se va al mercado para ofrecer su ayuda a los comerciantes.

Asegura estar consciente que primero es la salud. Después se queda parada viendo el mar, se seca el sudor y agrega con un suspiro profundo que “no se ha imaginado cómo sobrevivirá” si la crisis se alarga.

Los vendedores aún mantiene el pescado seco y fresco, uno de los platillos que la comunidad de católicos frecuenta para Semana Santa. Este producto incluso lo compran los salvadoreños que viajan a Estados Unidos. / Francisco Valle


Un grito al hambre

“Solo van los que tiene hambre”, grita un pescador artesanal mientras baja una lancha a mar abierto con tres de sus compañeros. Parece broma, agrega otro que se queda observando, pero “todos tenemos hambres”. “Tenemos que seguir viniendo para las tortillas”, comenta molesto Antonio Flores mientras desenreda una atarraya de pescar.

Flores asegura que de unas mil personas que llegaban en temporada alta de turismo apenas si se ven 10 compradores. Con la caída en las compras, los pescadores también comenzaron a paralizar sus operaciones y así de 30 lanchas que salían a mar abierto, unas cinco siguen trabajando. “¡Semana Santa está clausurada!”, dice mientras se seca el sudor.

El sector de pesca artesanal tiene permitido mantener sus operaciones, ha asegurado el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG). Pero René Cornejo, quien tiene 35 años de dedicarse al sector, prefiere no salir con su lancha porque luego, asegura, ni se vende.

“¿Cómo vamos a sobrevivir?” se pregunta y luego se ríe nervioso. No responde.