La primera vez que visité la catedral de Notre Dame tenía 25 años. Éramos varios estudiantes. Al salir, el más joven nos detuvo, nos hizo volvernos hacia la imponente fachada, y comentó con gravedad: “Quien, en el Siglo XV, XVI, o XVII al ver esto no creyera en Dios, era un genio o un imbécil.” Y es que, en verdad, sin ser la catedral más bella de Francia, ni mucho menos de Europa, la catedral de Notre Dame tiene una fuerza única, en mi opinión, producto más de la historia y la literatura que de la fe.

Cómo casi todo el mundo, he lamentado el incendio parcial recientemente ocurrido y he quedado sorprendido al saber que, apenas tres días después, los donativos para restauración superan de largo los 670 millones de dólares estimados necesarios. Pero, a diferencia de casi todo el mundo, esto me golpea. Trataré de explicarme.

A estas alturas de la historia y, en especial de la historia de la Iglesia Católica, sabemos que en la esencia del cristianismo hay humildad, entrega, servicio, vocación de pobreza, no de fastuosidad ni riqueza, menos aún de vanidad u orgullo nacional. El boato de las maravillosas catedrales europeas, engalanadas en mármol del piso al techo por dentro y por fuera, y las maravillosas iglesias coloniales de nuestra América, de altares repujados en lámina de oro, se explica por la confusión entre el poder, la riqueza y las enseñanzas de Cristo, que se produjo, progresivamente, desde que en el Siglo IV Constantino I convirtió al cristianismo en religión oficial del Imperio Romano. Desde la esencia del cristianismo, el mayor patrimonio de la humanidad debe ser el ser humano, no las obras perecederas.

Con esta perspectiva, pensando en la catedral, sin ignorar la estética, debería buscarse una restauración económica y resiliente, no una ostentosa. Hay causas más nobles en las cuáles invertir. He aquí una propuesta: reembolsar a Haití lo cobrado indebidamente por Francia como “Deuda de la Independencia”. Sigo tratando de explicarme, resumidamente.

Haití fue brutalmente colonizado por el imperio francés entre 1660 y 1804. La naturaleza pródiga y la explotación de los esclavos --comprados en África, hicieron de Haití la “Perla de las Antillas”, la colonia más productiva del imperio. La hazaña del famoso Espartaco, gladiador-esclavo, fue rebelarse contra Roma: terminó derrotado. La hazaña triunfante de los esclavos haitianos en 1804, es ignorada… Es la única revuelta victoriosa de esclavos en la historia, la única que dio nacimiento a un Estado, la primera vez que se abolió la esclavitud, que nació una República independiente en nuestra América, que fue tercera en el mundo y primera de raza negra. El triunfo de Simón Bolívar, “El Libertador”, debe muchísimo --y a través de él nosotros, los latinoamericanos-- a esa primera República independiente caribeña. La acción final de la revuelta, cierto, fue brutal, como brutal fue la colonia.

Francia no reconocía esa insolente independencia, y en el Congreso de Viena, en 1815, consiguió que el resto de potencias aceptaran “sus derechos”: ninguna la reconocería. Para sobrevivir, la naciente República de Haití urgía ese reconocimiento, y así, luego de años de durísima resistencia, en 1825, con 14 barcos franceses de guerra anclados frente a su capital, Puerto Príncipe, aceptó pagar la indemnización exigida por Carlos X, Rey de Francia, para “compensar a los antiguos colonos que reclamaron una indemnización”. (Cualquier parecido con la Ley Helms Burton es pura coincidencia).

La “indemnización” exigida eran 150 millones de francos-oro a pagarse en cinco cuotas de 30 millones. El primer pago, inmediato, salió de un crédito otorgado por bancos franceses al 6 % anual. En 1838, luego de difíciles negociaciones, Francia firmó un “Tratado de amistad” aceptando reducir la indemnización a 90 millones francos-oro (poco más de $ 21 mil millones de dólares al valor actual), y prorrogar el plazo por 30 años. Haití terminó de pagar en 1883. Todo está documentado en los archivos de Francia. (Con estos datos quizás se entienda mejor la pobreza histórica de Haití).

De lo recaudado para la catedral podría salir un pequeño abono para el reembolso… Pero Francia sigue negándose a tratar el tema.

¡Pobrecita Notre Dame!