El inicio de un nuevo año suele estar marcado por la esperanza de poder cumplir nuevas metas y objetivos, y por la confianza que las condiciones en las que nos encontramos mejoren. Y eso está bien, pero para que esos anhelos se vuelvan realidad tenemos que realizar acciones y tomar decisiones concretas. Este precepto no solo aplica en el ámbito personal, sino también en el ámbito ciudadano. Construir un país diferente, uno mejor, requiere de compromisos y acciones de todos los sectores de la sociedad. Y es la falta de eso lo que hace tambalear mi optimismo sobre lo que nos depara el 2021.

Por ejemplo, estamos en un año electoral, lo cual debería ser la oportunidad para que la ciudadanía escoja como sus representantes a las personas con un verdadero compromiso y con las mejores propuestas para mejorar el bienestar colectivo y garantizar los derechos de las mayorías. Pero, aunque pareciera que en El Salvador vivimos en campaña permanente, eso no nos garantiza ni buenas candidaturas, y mucho menos, buenas propuestas.

Estamos a menos de dos meses de acudir a las urnas para escoger a una nueva Asamblea Legislativa, diputaciones del Parlamento Centroamericano y Consejos Municipales, pero a la fecha desconocemos las propuestas concretas sobre cómo, desde cada uno de estos espacios de poder público, se enfrentarán los impactos sociales y económicos de la pandemia y que se harán más latentes durante 2021. Pareciera que el único elemento que se está discutiendo para evaluar por quienes votar es si están a favor, o no, del Presidente.

En este inicio de año, el actuar del Ejecutivo tampoco da elementos para tener mayor certidumbre y confianza en un mejor porvenir. Las decisiones en el aparato estatal se están tomando en clave electoral, con el propósito de asegurar que el partido oficial tenga control de la Asamblea Legislativa. Además, el Ejecutivo sigue coqueteando con prácticas autoritarias y apostando por el debilitamiento y destrucción de la institucionalidad y el Estado de Derecho. Todo esto al mismo tiempo que se siguen sin contar con políticas públicas integrales y articuladas, que permitan dar respuesta a los problemas económicos y sociales que afectan a la población. A más de un año y medio de ostentar el poder, el Gobierno sigue sin tener claro un plan para gobernar, la propaganda en redes sociales y la improvisación seguramente ayudarán a ganar elecciones, pero difícilmente servirán para gobernar y mucho menos para, milagrosamente, resolver los problemas de la población.

A pesar de un contexto poco alentador, dar por perdido este año no es una alternativa, eso equivaldría a normalizar vivir en un país donde lo público es capturado para servir a los grupos de interés de turno, mientras el resto de la población vive en situación de pobreza y desigualdad. Ante esto, vale la pena que desde la ciudadanía abandonemos la apatía, superemos el desencanto y frustración que la clase política nos generan y asumamos un rol activo en la construcción de un país diferente.

Por ello, en el marco del proceso electoral debemos exigir propuestas concretas a los y las candidatos a los distintos cargos de elección popular. Si continuamos tolerando que cada campaña se convierta en un circo, la clase política nunca se verá obligada a subir el nivel de debate y debatir con base en propuestas y argumentos. Pero también, debemos tener presente que el proceso de construcción de una democracia va más allá de emitir el sufragio cada 3 o 5 años, su consolidación y legitimación dependerá de que exijamos que desde todos los espacios de poder público se tomen decisiones, no para ganar elecciones, sino para garantizar que todas las personas puedan gozar y ejercer plenamente sus derechos. Nunca es tarde para comprometernos con la lucha de construir un mejor país y actuar en función de ello, tampoco para exigir que los discursos políticos se traduzcan en propuestas y acciones concretas que permitan convertir nuestros anhelos en realidades.