Diferentes liderazgos políticos en el continente están evidenciando la relevancia que en sus agendas a tomado una especie de matonería pública en que lo importante es no dejar de gritar al oponente y no permitirle siquiera hablar en un debate, desnaturalizando con ello el sentido que opositores políticos en contienda electoral se expresen ante el público para exponer sus ideas. El dialogo, la fundamentación de planteamientos y propuestas, así como el razonamiento mismo entran en un último plano, prevaleciendo la burda apelación a las afectividades de los posibles electores y simpatizantes.

Cada vez es más frecuente escuchar a especialistas en la comunicación seducidos con la ilusión que ofrecen mensajes cortos pero continuos y repetitivos para convencer subjetivamente al público que supuestamente ya no quiere leer argumentos detallados pero largos, comunicados e informes ricos en evidencia, pero aburridos. Con esa idea, proliferan pesados aparatos institucionales dedicados a producir materiales comunicacionales que pierden el foco estratégico de contribuir al desarrollo del pensamiento crítico de las personas y terminan dedicados a producir materiales destinados a convencer sin priorizar la validez de sus argumentos, dirigidos en línea recta hacia los sentimientos y no al razonamiento. La parte más triste de esta especie de moda es que otras estructuras igual de grandes y caras se dedican a hacer exactamente lo mismo, pero trabajando y difundiendo ideas en el sentido totalmente contrario.

En este marco se profundiza la práctica de vender imágenes de líderes duros, autosuficientes, sin pelos en la lengua y agresivos sin que realmente importe si tienen carácter propositivo y sus afirmaciones sean ciertas. Decir la verdad no es lo más importante, lo más importante es convencer de que se dice la verdad, aunque se mienta mil veces. Para ello se destinan fortunas en repetir, repetir y repetir una y otra vez la voz del líder más fuerte, empequeñeciendo al pacifico, al negociador e inclusivo como alguien débil y perdedor.

El primer debate electoral entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos ha sido el último ejemplo de esta vieja práctica con nuevas modalidades. Tampoco es importante la ideología o posicionamiento político que supuestamente se representa, la práctica es la misma. Prevalece la necesidad de ser el más fuerte, de verse como el más fuerte, aunque para ello sea necesario hacer lo mismo que el oponente, no dejarse quitar la palabra e interrumpir al adversario. Quien grite más fuerte será quien se quede con poder.

No parecemos darnos cuenta de las graves consecuencias de permitir y aceptar este tipo de matonería en la cotidianidad política y Centroamérica no es la excepción. Quien llega al poder basado en esta estrategia la reproduce en el ejercicio de sus funciones y la dirige a un espectro mucho más amplio que en su mensaje identifica como enemigos. El presidente Giammattei en Guatemala utilizando una cadena nacional para justificar el decreto de excepción para parar con fuerza militar a tres mil migrantes hondureños de una caravana impulsada por el hambre e inseguridad en su país. La pareja presidencial en Nicaragua imponiendo legislaciones para la anulación de organizaciones sociales independientes y el presidente de El Salvador promoviendo con recursos públicos aparatos publicitarios de su gestión gubernamental, atacando al periodismo independiente e instrumentalizando la fuerza militar y policial para imponerse políticamente.

Las protestas simultaneas protagonizadas recientemente en el país por diferentes sectores, algunos confrontados entre sí, es cosecha del clima de polarización que ha contribuido significativamente a escalar la actual gestión gubernamental. La imposición por la fuerza y el abuso es conductora de conflictividad que en un clima cerrado al diálogo como estrategia electoral solo se convierte en detonante de violencia.

Quienes controlan este gobierno han preferido reproducir la violencia verbal y física como estrategia electoral y con ello han perdido la oportunidad de impulsar la popularidad del presidente Bukele hacia la construcción de puentes y entendimientos entre todos los salvadoreños y salvadoreñas, optando por instrumentalizar la confianza que muchos depositaron en él hacia una línea de acumulación absoluto de poder. Las consecuencias pronto las pagaremos, una vez más, todos nosotros.