El Salvador se asoma a una posible reforma de pensiones frente a realidades diferentes de salvadoreños en su vejez.Mientras unos afiliados al Instituto Nacional de Pensiones de Empleados Públicos (INPEP) consideran lograr disfrutar su retiro, otros deben trabajar día a día después de trabajar durante más de 80 años.

El Sistema de Ahorro para Pensiones (SAP) tiene 3.5 millones afiliados, 56.9 % de la población tiene o ha cotizado alguna vez a las Administradoras de Fondos para pensiones (AFP). Pero solo el 27 % de la Población Económicamente Activa (PEA) salvadoreña cotiza efectivamente.

Cotizar es ahorrar el equivalente al 15 % del salario promedio de los últimos años, un 7.25 aportado por el trabajador y un 7.75 aportado por el empleador, de acuerdo a la reforma de 2017 que, garantizando una pensión mínima vitalicia a los afiliados del SAP, disminuyó su cuenta individual para destinar un porcentaje a la Cuenta de Garantía Solidaria (CGS).

Mientras, sindicatos y trabajadores exigen pensiones equivalentes al 75 % del último salario devengado, algunos proponen pensión universal y, para financiarla, una reforma fiscal que incluya la creación de un monotributo e impuesto predial.

El economista Luis Membreño, sin embargo, no cree que la propuesta sea financiable. Membreño dice que “no solo hay que aumentar los salarios, sino el porcentaje ahorrado, así se van a poder ver verdaderos cambios matemáticos”. El Gobierno aún no consulta la propuesta en sus manos. Pero desde ya se enfrenta a varios desafíos.

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Luego de trabajar 81 años: “No puedo dejar mi carretón”

Adán se levanta todos los días a las 4:00 a.m. a preparar su carretón de panes “mataniños” para venderlos en Mejicanos. Es un hombre de 93 años que empezó a trabajar a los 12 y aún sigue trabajando. No recibe pensión ni ayuda familiar.

Trabajó como zapatero, albañil y cargador de barcos en países como México, Belice y Guatemala, de forma informal, sin oportunidad de cotizar para una pensión.

A sus 18 años se fue a Honduras. “Adquirí mis documentos y pude tener un trabajo más o menos formal” en una empresa exportadora de bananos que le daba prestaciones de salud y vivienda sin cotizar para una pensión. Trabajó 10 años así pero en 1969 la guerra entre Honduras y El Salvador lo obligó a abandonar ese país. “Ese conflicto nos arruinó a los salvadoreños y en mi caso se quedó mi planteamiento de trabajo y ahorro, firmé un retiro voluntario con el que perdí $15,000”, relata.

A las puertas de una posible reforma de pensiones, don Adán no tiene una mala imagen de las Administradoras de Fondos para Pensiones (AFP), pero él no tuvo oportunidad de cotizar. Pese a haber trabajado 81 años tampoco logró hacer un ahorro propio.

De su futuro ve seguir trabajando: “Yo no puedo dejar mi carretón porque no tengo quién me ayude. Tarde o temprano, tiene que llegarme esa llamada de nuestro Señor y hasta ese día seguiré trabajando. No me alcanza lo que gano”.

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“Entonces, empecé a sentir el sazón de la jubilación”

Vladimir Fernández, de 67 años, goza plenamente de su retiro y disfruta de diferentes actividades y beneficios. “Yo me siento feliz porque me retiré con salud y ahora me siento lleno de vida”, manifiesta.

Es periodista de profesión y era encargado de producciones audiovisuales en un medio de comunicación nacional.

Se jubiló en 2016 tras 43 años consecutivos de trabajo. Él manifiesta su alegría de retirarse siendo pensionado por el Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos (INPEP). “Gracias a Dios, cuando llegaron a hablar los de la AFP (Administradoras de Fondo para Pensiones), para mí no era obligación... Algunos de mi generación decidieron no quedarse con el INPEP y hoy se arrepienten mil veces porque tienen pensiones mínimas y, en cambio, yo me quedé con una pensión muy digna”, cuenta.

Su vida cambió con la jubilación. Cuenta que el proceso de adaptación a un nuevo estilo de vida le fue difícil. “Mi vida era un ajetreo, estrés, salidas a carrera y eso me llevó a tener presión alta y, cuando me iba a jubilar, me detectaron colitis porque mi trabajo era de mucho nervio y a veces hasta enojo”, recuerda.

Al jubilarse pensó que no aguantaría. Incluso llegaba a su lugar de trabajo. “Llegaba tantas veces que mis excompañeros pensaban ‘ve, este mejor no se hubiera jubilado’ y, la verdad, añoraba estar por ahí porque me costaba dejar ir algo que tuve 43 años”, menciona.

Después, tomar un café a las 8:00 de la mañana cerca de la Plaza Libertad se volvió algo especial. “Veía a la gente corriendo para llegar a tiempo a su trabajo y yo pensaba ‘así andaba yo’, mientras me tomaba un café con pan con todo el tiempo del mundo, entonces, empecé a sentir el sazón de la jubilación y ahora no lo cambio por nada”, expresó emotivamente.

Los beneficios que le trajo la jubilación son diversos. “Ahora asisto a misa casi todos los días, almuerzo en cualquier lugar del Centro Histórico, voy a ver las actividades que hacen en las tardes en La Plaza Libertad... Veo con todo el tiempo documentales de historia, arqueología, paleontología, de animales, y otros”.

“Además de mis pláticas extensas con amigos de infancia o excompañeros de trabajo, todo eso no lo podía hacer antes. Ahora lo hago sin importar si es lunes o domingo. Si yo quiero almuerzo o me como un mango”, agrega.

Don Vladimir trabajó más años de los requeridos para jubilarse debido al amor por su trabajo.

“Después de 30 años de labores, me quedé 13 más porque me apasionaba, lo disfrutaba al punto de cansarme pero no aburrirme”.

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“Si me jubilo, recibiría $200 menos de lo que recibo”

Un profesor salvadoreño de 67 años a quien llamaremos Juan López, ya que pidió no ser identificado, quiere trabajar siete años extra a los requeridos para jubilarse. Al académico le parece baja incluso la pensión equivalente al 70 % de su salario promedio. “Significa que bajaría bastante, recibiría $200 menos de lo que recibo ahora”, comenta.

Con el apoyo de su mamá, pudo sacar un profesorado, pero siguió estudiando por su cuenta hasta que se graduó de licenciado de la universidad, obtuvo una plaza en la misma y en una organización no gubernamental.

Ahora tiene dudas de iniciar un proceso de jubilación: está decidido a trabajar más. “Al retirarse prácticamente se va a su casa a sobrevivir, porque no es cierto que cuando uno está en edad de retiro ya no tiene deudas. Yo espero trabajar unos cinco o seis años más, yo digo que bien me los echo”, cuenta.

“Si yo decidiera retirarme sería bien difícil”, dice. Además, no cree que el dinero le alcance para salir de paseo o menos viajar.

El docente universitario explica que no pudo hacer ahorros adicionales a la cotización para su pensión.

Sin ningún financiamiento de la institución donde labora, tuvo que hacer gastos para mantener su trabajo: “Lo que pude haber ahorrado lo gasté en material para las clases en línea. Amplié el internet porque se caía a cada rato, eso implica un gasto de $50 más cada mes, tuve que comprar una laptop nueva y un mejor teléfono”.

Para Juan López, las Administradoras de Fondos para Pensiones (AFP) son eficientes pero como negocios: “Lo que busca es ganar de tal manera que parte del dinero que es ahorrado se lo quedan ellos por ‘guardarlo’, por lo tanto, eso genera una pérdida para usted. Como empresas son eficientes”.

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“Nunca ahorré porque le ayudaba a mi mamá”

Andrea Méndez (nombre ficticio), de 56 años, trabaja desde los nueve años en oficios varios y ahora vende granos básicos en Mejicanos, San Salvador.

“Éramos muchos hermanos y mis padres no alcanzaban a darnos estudios y alimentación... Nunca ahorré porque le ayudaba a mi mamá con mis otros hermanos”.

En 1980, tuvo que salir de Sensuntepeque a San Salvador y empezar a trabajar con su madrina, echando tortillas, haciendo tamales, lavando y planchando, trabajando en casas.

No pudo ir a la escuela debido a la pobreza de su familia. “Nunca conseguí un trabajo formal porque como desde pequeña empecé a trabajar y éramos muchos hermanos, nunca tuve un trabajo fijo”, relata.

No tenía ni por cerca un plan de ahorro: cada mes su familia esperaba su ayuda económica.

“Nunca ahorré porque le ayudaba a mi mamá con mis otros hermanos, soy de las mayores, pero ya cuando tuve problemas con mi esposo que maltrataba a mis hijos y a mí, entonces, me di cuenta que sí tengo que ahorrar para cuando esté más mayor”. Ahora tiene un negocio de granos básicos con el que puede ahorrar aunque sea un poco. “Ahorro poco porque hay que pagar casa y gano quizá unos $400 trabajando como desde las cinco de la mañana”, cuenta.

Andrea Méndez considera que las personas que tienen la posibilidad de recibir una pensión al jubilarse “tienen una gran bendición porque van a tener su pensión dejando de trabajar, descansar y cuidarse”. “Yo planeo trabajar hasta que Dios me lo permita, a la edad que pueda”, dice.

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“Después de servir a mi país no puedo tener pensión digna”

María Dolores Gómez, una docente de 37 años de servicio en el Centro Escolar Licda. Carmen Elena Calderón de Escalón, Santa Ana, se siente frustrada porque cree que no tendrá una pensión digna.

“Yo espero que esta propuesta de reforma cambie el porcentaje que se recibe, porque yo con el 45 % no vivo ni sobrevivo. Hay compañeros que están muriendo en las aulas. Es triste cuando los compañeros dicen que se quieren pensionar, hasta lloramos. Después de servir a mi país, no puedo tener una pensión digna”, dice la profesional que fue trasladada de su natal San Miguel a Metapán, en donde ha sido maestra por 37 años.

En octubre de 1998, se vio obligada a pasar del Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos (INPEP) a las Administradoras de Fondos para Pensiones (AFP). “No fue que yo opté por quedarme con las AFP, sino que la departamental dio la orden que los que los docentes menores de 35 años nos sacaran del INPEP y que, si no, no nos pagaban”, recuerda.

No ahorró porque no se imaginaba con lo que se iba encontrar al cumplir los requisitos para jubilarse. “Nunca en mi vida laboral pensé que fuera a tener la edad para pensionarme y me tratara tan mal el Estado, no estoy pidiendo nada que no sea mío”, indica.

La maestra dice que son más de cinco mil maestros los que se quieren jubilar, pero quieren una pensión digna, habiendo cotizado un 15 % de su salario.

María Gómez pertenece a la Asociación Nacional de Educadores Bases Magisteriales (BM) y señala que los sindicatos de maestros han sido excluidos de la discusión de la reforma de pensiones en Casa Presidencial. “A los docentes no nos toma en cuenta, solo a los que le aplauden”, se queja.

No es la única que enfrenta problemas, dice. Cuenta que otra maestra tuvo un accidente laboral y ha quedado con un problema neurocardiogénico recurrente. “Y le dicen que la van a sacar y, si no se pensiona, tiene que regresar al aula aún con la enfermedad. Ella me dice: ¿cómo me puedo pensionar?, ¿cómo voy a sobrevivir si yo necesito oxígeno permanente?”, relata.