En nuestro país tenemos un sistema democrático que aún se encuentra realmente en ciernes, y para nadie es desconocido como la fuerzas políticas de este país suelen actuar de una manera que pudiésemos llamar “contraria a la democracia”. Ello más bien quizá simulando que actúan democráticamente cuando no lo son. Todo ello nos llama la atención poderosamente porque los valores democráticos intrínsecos en cada ser en cada actor e incluso en cada ciudadano político no han sido suficientemente forjados ni cimentados a partir de una cultura democrática tan sólida como para poder esperar que los individuos actúen de tal suerte que, más allá de las coyunturas o de las diferencias políticas, sigan privilegiado el que yo llamo “Principio de la Democracia”, y esto define a un socialdemócrata.

Pero ¿Qué es el “principio de la Democracia”? Este principio implica un sobre-valor, un valor por encima de todos los demás valores de naturaleza política, una especie de “metavalor” -si podemos hablar de metavalores con todo y las complicaciones filosóficas que ello acarrea- pero si un valor por encima de todos los demás valores políticos -que obviamente tiene una naturaleza política- y que tiene como base y parámetro la organización social, así el “Principio de la Democracia implica que ante cualquier tipo de decisión, la que fuera, en el contexto que fuera, siempre, pero siempre, prevalecerá aquello que sea más favorable a la democracia, lo cual implica que sea más favorable a los intereses de las mayorías.

Lo anterior implica por supuesto, una sociedad culturalmente formada en el contexto de los valores democráticos, tales como la libertad, la igualdad, la equidad, etc., pero el más importante de todos: “La voluntad de las mayorías”, ese valor por encima de cualquier otro valor político es el que hace que la sociedades democráticamente más avanzadas hayan llegado hasta dónde están.

Debemos aceptar que en nuestro país todo es precario. Precaria es la educación, precaria es la salud, precaria es la seguridad pública, en fin, todas las políticas públicas son precarias, pero precarios son también los valores de quienes nos han gobernado en los últimos tiempos, en términos de honestidad, probidad, decencia, justicia y rectitud; en el entender que lo que se administra no es propio sino ajeno, y que no sólo no lo han entendido, sino que además han utilizado al Estado para beneficiarse patrimonialmente de una forma o de otra ellos mismos, o los grupos que les acuerpan.

No nos debe extrañar que el “Principio de la Democracia” no existe en nuestro país, como no existe cualquier otro valor político que nos imaginemos, porque simplemente no se ha formado la cultura de la democracia como parte de la cultura nacional, y así como no existe la cultura de la honestidad en la vida particular de la mayoría de las personas de este país, no existe la cultura de la democracia y por ello es que sufrimos de la clase de políticos que ahora tenemos.

El desarrollo, o más bien el subdesarrollo en el que vivimos, en buena medida es la forma como la actual la clase política corrompida de este país ha representado lo que todos somos un términos colectivos, carentes de valores personales, cívicos y políticos y difícilmente se podrá cambiar nada en este país, si no es con una reforma educativa profunda en cuanto a cobertura y calidad, pero sobre todo aquella que privilegie por encima de cualquier otra cosa, los valores y el llamado “Principio de la Democracia”.

Así pues, podríamos pensar que la raíz de todos nuestros males se encuentra fincada en aquellas cuestiones que no tienen nada que ver con la propia falta de cultura democrática y de ejercicio de ciudadanía, porque si algo ha sido la nota relevante de la acción política de los ciudadanos en nuestro país ha sido el tipo de contenido que se le da a la idea de ciudadanía, un contenido a veces vacío, a veces lleno con contenido poco democrático y a veces lleno de casi nada. El ejercicio y la construcción de ciudadanía desde una perspectiva distinta, es lo que ha permitido a las sociedades democráticas poder avanzar, pues no hay un solo gobernante en el mundo que pueda gobernar teniendo en contra un ejercicio de ciudadanía firme, sólido y activista, pues este permite el establecimiento de un dialéctica distinta entre el gobernante y los gobernados, y obliga al primero, de una forma u otra a aplicar el “Principio de la Democracia”. Ese es mi credo y por eso soy social demócrata…