Durante la preguerra y la guerra, para la insurgencia armada fue determinante la orga­nización de masas. Tanto así, que crearon el “Ejército Político de las Masas de la Revolución” que, junto al “Ejército Popular”, al “Ejército Guerrillero” y a los “Comandos Urbanos”, configuraron los cuatro escalones de fuerza con los que asesinaron, sabotearon la economía, desestabilizaron el país y pretendieron infructuosamente tomar el poder político por la vía armada.

Hoy resulta que el temor del gobierno saliente (y de la obsoleta Troika de su partido) es que la sociedad civil logre más cohesión, incida más en la política y exija mayor transparencia en los actos que realicen los servidores públicos (funcionarios y empleados). Por eso, pretenden llevar a cabo una “demostración de fuerza” el próximo 1 de mayo, pretendiendo rescatar su rol como “defensores del pueblo”, aunque durante el 3 F hayan obtenido un millón de votos menos.

El reto es organizarnos y fortalecernos como sociedad civil, para impedir cualquier tipo de retroceso en las instituciones cuyo mandato constitucional, legal y misional es combatir la corrupción generalizada en que ha caído El Salvador. Las alertas ya se han empezado a escuchar por medio del “Consorcio por la Transparencia y Lucha contra la Corrupción” integrado por Fusades, CEJ, Funde y la Fundación DTJ.

Lo anterior es importante resaltarlo porque, a las puertas de una nueva alternancia presidencial, el régimen político dejado por los gobiernos de Saca, Funes y Sánchez Cerén luce descompuesto por la corrupción que incubaron. Casi en todas las entidades y organismos públicos, sus mandos son parte de cuotas partidarias, muestran mediocridad e ineptitud y hasta contratan pandilleros.

Gobernar no es comida de hocicones, de ladrones o de asesinos. El amable lector sabe perfectamente a qué y a quiénes se refieren mis aseveraciones, por cierto fundamentadas (a nivel socio-político) absolutamente comprobables (a nivel judicial) y plenamente irrefutables (en el plano mediático). Negarlo, sería un chiste.

Falta un mes apenas para que la alternancia presidencial se materialice y asuma el binomio Bukele-Ulloa. A ellos, respetuosamente les recuerdo un par de cositas: 1º) Las victorias a veces resultan más venenosas que las derrotas, en la medida que en las primeras los gobernantes se engrandecen y se olvidan de dónde vienen. En las segundas, ante la arrogancia de los gobernantes, los ciudadanos se enardecen. 2º) Que el voto es, según el llamado “creador de presidentes”, Antonio Sola, en un 95 % emocional y un 5 % racional; por tanto, el triunfo de aquel binomio fue por el enojo y desprecio que la gente sintió por la forma en que hizo política la triada de gobernantes antes mencionada, azuzada por los grupitos de zalameros y aduladores que los condujeron hacia su irreversible extinción.

La mediocridad de los liderazgos no es propia de El Salvador. Macri, en Argentina; Duque, en Colombia; Bolsonaro, en Brasil; AMLO, en México; Trump, en EE.UU., van en caída. El binomio Bukele-Ulloa debe saber que los principios y valores éticos deben ser prioritarios para que nos eviten una decepción más.

Urge contar con una sociedad civil fuertemente cohesionada alrededor de objetivos y horizontes definidos. No se trata de buscar protagonismos o salir hablando incoherencias en los medios de comunicación. Se trata de orientar bien a la gente para que se forme una cabal opinión de lo bueno y de lo no bueno que hace un gobierno.

Para que la cohesión en la sociedad civil perdure, la crítica que haga debe ser propositiva, constructiva y positiva, conservando la modestia y humildad (propias de los espíritus nobles) sin que de ninguna manera eso implique dejar de ser enérgicos, a la hora de señalar lo incorrecto.

Ante una corrupción generalizada como la que vivimos, el binomio Bukele-Ulloa deberá mostrarse frío o caliente. Menos tibio. La tibieza podría ser su talón de Aquiles. De ahí la importancia de contar con una sociedad civil fuertemente cohesionada que la denuncie.