Ya aparecieron miles de precandidatos a diputados (de la Asamblea Legislativa y parlamento Centroamericano), alcaldes y concejales de todos los partidos. Hay desde los que aparentan ser honestos o al menos interesantes, hasta los que son más de lo mismo. Es decir, personas con aspiraciones personales y/o partidarias.

Constitucionalmente todos los salvadoreños, media vez cumplamos los requisitos exigidos por ley, tenemos el derecho de optar a un cargo de elección popular. Sin embargo hay casos que dan ganas de llorar o reír porque los inscritos son todos unos personajes que con suma facilidad demuestran su incapacidad o sus intereses mezquinos.

Conozco a muchos inscritos para buscar ser candidatos a concejales, alcaldes y diputados. Muchos de ellos han aprovechado las redes sociales para realizar sus primeros “spot” publicitarios y ofrecerse como redentores. Incluso hasta imitan a antiguos funcionarios como Mauricio Funes, Antonio Saca, Francisco Flores o al mismo NayibBukele. A los precandidatos no les importa que por ley esté prohibida la campaña electoral y desde hace meses la están haciendo por redes sociales y en algunos medios convencionales, principalmente en radioemisoras.

Fredy Hernández, un amigo, escribía en su cuenta de Facebook que muchos de los que se han inscritos como candidatos son los que anduvieron repartiendo ayuda en el marco de la pandemia y las tormenta “Amanda” y “Cristóbal”. Pues eso era carta cantada, tomando en cuenta que repartían producto oficial o patrocinado por algún “financista” partidario. Algunos rápido aprendieron que en política no hay desayuno gratis y salieron a presentarse como humanistas, para hacerle competencia a los alcaldes que alardeaban de entregar ayuda en su nombre o el de su partido, cuando en realidad era ayuda que todos pagamos a través del FODES o el fondo de emergencia concedido hasta ahora.

También se han inscritos viejos conocidos. Casi el 100 por ciento de los diputados, alcaldes y concejales buscarán la reelección, pese a que algunos deberían tener procesos judiciales abiertos o estar presos, otros tendrían que renunciar por vergüenza porque no le cumplieron al pueblo o a sus municipios, y otros demostraron incapacidad manifiesta y/o se enriquecieron indebidamente.

Algunos precandidatos ya sueñan con ser diputados o alcaldes para tener todo a su disposición, desde carro oficial hasta viáticos exorbitantes, viajes por el mundo, discrecionalidad en el uso de fondos, nepotismo y las mieles del poder formal. Por ahí un remedo de candidato ha dicho en sus redes sociales que él le haría el favor a los electores de ser diputado. Vaya chiste.

Algunos llaman “dipurratas” a los diputados, pero buscan ser uno de ellos. Otros que están en el cargo han demostrado que ni hablar pueden, pero quieren continuar en el puesto disfrutando de los excesos privilegios que se obtienen al ocupar una curul. Hay quienes se han hecho pasar por “analistas” cuando en verdad son activistas y ahora son “cartas” partidarias para buscar un cargo.

Estamos mal. Si bien no se exige un nivel académico, deberían existir requisitos mínimos de conocimiento y un test que permita detectar nivel de compromiso e idoneidad para buscar cargos. Tuve un alumno que por fin se graduó después de casi 20 años de estudio en la universidad y ahora quiere ser diputado, otro más que era fanático furtivo de un partido de izquierda y ahora es fanático a morir del partido gobernante, conozco otro que ha sido precandidato por casi todos los partidos y ahora se ha inscrito en un nuevo instituto político, otros más que ya fueron funcionarios y perdieron las elecciones por malos y ahora buscan ser nuevamente candidatos por el partido del presidente. Hay algunos tan soberbios y faltos de ética que avergüenzan la democracia.

La variopinta oferta de precandidaturas da para todo. Para reír, para llorar y hasta para enojarse y sentirse timado por lo permisible de la Ley Electoral. Debe reformarse el Código Electoral y endurecer los mecanismos de preselección de candidatos sin violentar los derechos constitucionales. No es posible que personas viciosas, delincuentes confesos o ya procesados, personas incultas o avaras pretendan ser funcionarios públicos. La ley no debería permitir la reelección vitalicia. Dos o tres períodos máximos deberían estar especificados para que nadie haga de la política un modo fácil de vida. Siempre lo he dicho a pesar de su imperfección, la democracia es el mejor modo de vida, aunque tengamos que soportar precandidatos, candidatos y funcionarios incapaces que apenas puedan hablar.