El desbordante entusiasmo del actual gobierno por querer enmendar las cosas malas del país en menos de cien días, le está haciendo incurrir en dar órdenes o actividades apresuradas que, la experiencia y la prudencia, nos aconsejan debieron pasar primero por el tamiz de la planificación cuidadosa y su debida capacitación. La sabiduría popular es rica en darnos consejos útiles al respecto, como aquellos viejos adagios de que “no amanece pronto por madrugar más temprano”; “Roma no se hizo en un día” y “nunca acuses a nadie si careces de pruebas para hacerlo”, etcétera.

Precisamente, con estupor y asombro escuchamos que el presidente Bukele, en su acostumbrado modo de informar al pueblo, ha ordenado que a partir de esta misma semana, se inicie el plan de controlar las fronteras del país con elementos policiales, apoyados en su tarea por tropas militares. La idea es plausible, no dudamos incluso de su intención provechosa, pero sí de sus posibles resultados en ese esfuerzo que puede ser de alto riesgo para quienes van a participar, como para nuestra nación que, por una impreparación en ejecutar ese control, puede provocarnos dificultades con más de algún país “hermano” si atravesamos el límite fronterizo, sin ninguna mala intención, pero sí por falta de capacitación.

En cualquier país del mundo, el control fronterizo es difícil, enredado y de alto riesgo. Eso ha permitido que, con el andar del tiempo, los bordes territoriales se hayan convertido en sitios de transes, contrabandos de mercaderías dudosas, trata de personas, tráfico de drogas y hasta de refugios para organizaciones criminales. Y tampoco es un secreto que en los mismos puestos aduanales, muchas veces operan los amiguismos, con billetes que pasan de mano a mano por debajo del escritorio del agente aduanal, la aceptación de regalos especiales para que los encargados se vuelvan bizcos de manera espontánea, etcétera. Pero a eso añadamos el cruce por puntos ciegos, por sitios indeterminados que nadie sabe si pertenecen a nuestra patria o la nación vecina, como sucede con los bolsones; incluso, hay sitios inaccesibles que pocos conocen cómo superarlos; ríos, montañas, elevaciones y barrancos, donde creo que hasta la Siguanaba no se atreve a bañarse.

La frontera salvadoreña, en sus cuatro direcciones geográficas se convierte, en determinados sitios, en una “tierra de nadie”. Y esto lo decimos porque nacimos, nos criamos o conocimos algunas poblaciones fronterizas, ya sea con Guatemala, Honduras o con el bello e inmenso Golfo de Fonseca. A todo lo anterior, aunemos el hecho tradicional que entre poblados fronterizos cercanos, existe un intercambio diario de personas y negocios y lo digo con mucho conocimiento por haber nacido en la ciudad de Nuevo Edén de San Juan, al norte del departamento de San Miguel y cuya frontera con Honduras es el río Torola en su confluencia con el río Lempa, donde cultivaban cereales, que intercambiaban por quesos de Honduras, o viajaban hacia tierras hondureñas sin necesidad de CA-4 ni pasaportes. Por eso desde niño conocí, indistintamente, tanto los lempiras hondureños como los colones salvadoreños.

Este intercambio es natural, sin problemas, como sucede entre Ciudad Juárez (México) y la ciudad de El Paso (Estados Unidos), y es una situación legendaria que se debe analizar en ese control anunciado. Hay también sitios donde la delimitación fronteriza no está muy definida, mucho menos, señalada por algún mojón. Es fácil perderse, creyendo que uno camina por veredas cuscatlecas, cuando en realidad, ya está caminando en suelo hondureño. Lo mismo debe suceder en la frontera con Guatemala. Con relación al territorio marítimo en La Unión, tal vez no haya mucho problema. Nuestra Fuerza Naval posee abundantes cartas de navegación y mapas de las islas y sus límites con Nicaragua y Honduras, pero ello no significa que el gobierno deba descuidar la preparación de los contingentes que les corresponderá vigilar ese punto oceánico. Como corolario, el istmo entero enfrenta la actividad narcotraficante y trata de personas, además de la migración masiva hacia el Norte.
Un mal trato, una actitud agresiva contra los migrantes, o cualquier abuso que por inexperiencia cometan los controles fronterizos, podrían acarrear al Estado salvadoreño denuncias en organismos internacionales u otras condiciones, hoy difíciles de visualizar.