Envueltos por el torbellino de los despidos presidenciales vía Twitter, hemos descuidado comentar una importante iniciativa de ley, presentada a la comisión legislativa correspondiente, por la diputada Patricia Valdivieso, en la cual pide se apruebe una serie de medidas legales e imposición de penas monetarias (multas), a quienes atenten contra la vida e integridad de los animales en general.

La propuesta se justifica ampliamente, si consideramos que recientes estudios científicos han demostrado que El Salvador es uno de los países del continente americano más degradados ecológicamente, que nos convierte en una zona altamente riesgosa de sufrir pronto consecuencias graves tanto en nuestra salud, como en la conservación de recursos naturales que nos ayuden a mejores producciones agropecuarias, indispensables para nuestra supervivencia, además de estar afectados en la conservación de terrenos más seguros para la construcción habitacional; creciente deforestación que disminuye en forma significativa el recurso hídrico, elemento vital que debemos conservar para suplir las necesidades futuras ante una creciente densidad demográfica en un territorio reducido.

Las voces de alerta, cual luces rojas de seria advertencia, las venimos escuchando desde hace algunos años, pero abatidos por los problemas cotidianos de inseguridad, los factores económicos y desempleo, luchas ideológicas partidistas y un montón de aspectos sociales agregados, han logrado que tales llamados de prevención pasen inadvertidos en el ámbito nacional, mientras la destrucción ecológica avanza atroz e inexorable, con sus garras fatídicas de venenos y basuras, sobre el ambiente natural salvadoreño, dañando irremediablemente su fauna y su flora.

Las producciones de cereales y otras variedades agrícolas, en cada temporada de cultivo/cosecha se tornan más escasas; la riqueza cafetalera se encuentra en crisis y hasta se hacen tristes augurios de una pronta desaparición, que sería la herida fatal para el ecosistema nacional pues, hasta hace poco tiempo, el bosque cafetero constituía, como dicen los militares, “la última reserva disponible” para proteger el ambiente natural, pues además de su factor económico (ya no tan halagüeño como antes), era el medio para existir especies vegetales como árboles, plantas diversas, parásitas, yerbas, etc. que, a su vez, eran alimento y refugio de muchas especies animales que poco a poco, pero con rapidez, se van extinguiendo; y hoy ya ni siquiera habrá parques zoológicos, para ser admiradas tras las rejas de crueles jaulas.

Algo que deseo destacar, brevemente, es la visión ecologista que poseyeron nuestros antepasados originarios. Su misma teogonía se basaba en el mundo natural, con un dios supremo llamado Quetzalcóatl que era un híbrido poderoso de serpiente y aquella ave de plumaje tornasolado, de canto lúgubre y monótono, que algunas veces escuché en lo profundo de las montañas guatemaltecas. La ciudad de Quetzaltenango o nuestra ciudad de Quezaltepeque, hacen alusión al ave que para los pueblos amerindios era símbolo de libertad. Respecto a nuestro volcán capitalino, cuya erupción hace 102 años evocamos recientemente, nos hace conjeturar que en El Salvador también tuvimos esa ave. Y si hemos perdido montañas de especies florales valiosas e irrecuperables como el sicahuite, bálsamo, flor de fuego, guayacán, etc., tampoco cuidamos la pureza de nuestros ríos, fuentes hídricas y pozos. Los basurales, detritus humanos, animales muertos y desechos industriales, inundan esos vitales recursos que, a su vez, envenenan sus especies animales como peces, chimbolos, caracoles, camarones, cangrejos y otros.

¿Quién de los salvadoreños actuales, conocen un tepemechín? ¿Existirá algún tepemechín todavía en nuestros ríos? ¡Lo dudo! Pero después, las corrientes fluviales siguen su curso hacia las costas y contribuyen a que esas zonas turísticamente beneficiosas, se contaminen igual con nuestros desechos orgánicos y siendo carentes de una educación higiénica, dejamos sus playas llenas de excremento, desperdicios plásticos, basuras diversas y el mal crece incontenible hasta que nos ahoguemos en sus miasmas…

El respeto por la vida e integridad de los animales, debe extenderse al cuidado y protección de nuestra flora y demás recursos naturales. De ello depende nuestra existencia y la de quienes nos sucederán en este país. La propuesta de la diputada Valdivieso debe apoyarse solidariamente por sus beneficios indudables, pues si aprendemos a respetar un ave, un perro u otro animalito, eso podría motivarnos para respetarnos todos, como tripulantes del mismo barco de la vida.