El 4 de octubre de 1995, la vida nos dio otra oportunidad. A eso de las 19:30 horas, personal de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) ubicó a cuatro sospechosos en un vehículo tipo “pick up” color beige con franjas, estacionado frente al edificio adonde estaban las oficinas de su Instituto de Derechos Humanos (IDHUCA). Entonces se realizaba una actividad académica que organizamos sobre la Inspectoría General de la Policía Nacional Civil. Luego, con Luis Romeo García ‒ponente en la misma‒ nos dirigimos al IDHUCA; al retirarnos, dos de los cuatro merodeadores nos encañonaron. Preguntaron quién era Benjamín y procedieron a amarrarnos las manos, cubrirnos los ojos y taparnos la boca; nos ataron los dedos pulgares, advirtiéndonos que no hiciéramos ningún movimiento o ruido. ¡Terrible situación!

Registraron escritorio y oficina, revisaron otras y desconectaron mi teléfono directo. Uno de los “asaltantes” preguntó: “¿A quién de ustedes no le gusta ARENA?”; al no responder, mientras reía dijo: “A los dos, ¿verdad?”. Durante aproximadamente 30 minutos, nos ordenaron mantener agachada la cabeza mientras conversaban en voz muy baja. Más adelante, ¡una eternidad!, mi esposa llegó a buscarme y preguntó por mí; el único que habló con nosotros todo el tiempo, aparentemente el “jefe”, le dijo que había salido. Ella dedujo que algo malo pasaba y buscó ayuda.

Así, personal de la universidad presumió que se estaba produciendo un “robo a mano armada”. Un joven abogado del IDHUCA enterado de lo que ocurría, llegó a preguntar por mí; el mismo sujeto le contestó que había salido. “¿Hacia dónde?”, insistió; como respuesta, lo encañonaron. “Mucho preguntás; por eso te quedás”, le dijo. Ya éramos tres. Cuando los sujetos sacaban mi computadora personal al estacionamiento, descubrieron que sus cómplices huyeron al ver el alboroto que se había armado; por ello, alrededor de las 20:30 horas se retiraron a pie. Entonces llamamos al “121” de la Policía Nacional Civil (PNC).

Uno de los asaltantes fue perseguido y capturado; le encontraron una computadora portátil del IDHUCA y una cadena de oro mía, así como una escuadra 3.80 milímetros utilizada para cometer el atentado. Inmediatamente, el sujeto capturado fue puesto a la orden de la PNC. En la puerta del edificio quedó la citada computadora personal y varios de mis diskettes con información del IDHUCA. Además, los tipos se llevaron documentos y llaves personales nuestras.

Cabe destacar una serie de circunstancias que merecen considerarse para deducir de qué se trataba el aparente “asalto”. Rutinariamente, antes del 4 de octubre me retiraba del IDHUCA a las 19 horas. Solo ese día, por la conferencia referida ‒anunciada públicamente en los periódicos‒ me retiraría más tarde. En la planta de arriba, sobre las instalaciones del IDHUCA, estaba ubicado el Instituto de Universitario de Opinión Pública (IUDOP), cuya puerta de entrada se encontraba entonces sin llave. Pese a que los desconocidos esperaron unos minutos en las gradas situadas entre el IDHUCA y el IUDOP, no intentaron abrir la puerta del segundo; eso habría sido lo lógico si el interés era robar.

Estando adentro del IDHUCA, los individuos nos ordenaron entrar al despacho de su director ‒el mío, que estaba en el medio del pasillo‒ y no en otro como les sugerí. Adonde permanecimos maniatados durante más de media hora, habían ventanas oscuras y cortinas que impedían la visión desde fuera. Los sujetos tardaron cerca de diez minutos en inmovilizarnos, tiempo que resulta demasiado largo para un simple asalto. Además, no detuvieron a mi esposa la cual se encontraba en el séptimo mes de su embarazo.

Durante el largo tiempo que estuvieron dentro del IDHUCA, los sujetos no se mostraron nerviosos ni con prisa. Tampoco se alteró el que fue capturado tras los hechos; este, el que daba las órdenes, ´se llamaba Edwin Alejandro Aguilar Guzmán. Tanto en la PNC como durante las averiguaciones previas y en el tribunal correspondiente, se negó a declarar. Además, en un país en el cual la mayoría de la población que reclama justicia no la logra ‒entre varias razones por los problemas con la defensoría pública y lo oneroso que resulta contratar los servicios de abogados particulares‒ este sujeto contó desde el inicio del proceso con el auxilio de dos juristas contratados quién sabe por quién. Uno de ellos era Eulogio Barahona, integrante destacado del equipo defensor de los nueve acusados por la masacre en la UCA el 16 de noviembre de 1989.

Aguilar Guzmán, al igual que su compinche, no realizó el “trabajo” con el rostro cubierto; por eso, pudo ser reconocido en “rueda de reos”. Sin embargo, el juez a cargo de la causa lo liberó bajo fianza ‒que entiendo no pagó‒ y bajo la condición de presentarse en el tribunal cada cierto tiempo, que entiendo no cumplió. Si no se taparon la cara es porque no iban a quedar testigos para identificarlos. Pero quedamos varios y ni aun así se logró que se impartiera justicia. Pero bien, ni modo. Lo bueno de esta historia es que mi hija, que pudo haber sido huérfana de padre, nació y cumplirá 25 años el próximo 18 de noviembre.