La semana pasada, un tipo que manejaba un automóvil empezó a hostigar a una pareja que viajaba en motocicleta, después de un rato molestándolos, el sujeto atropelló la moto y la joven que viajaba como pasajera de la moto tuvo que agarrarse del parabrisas del vehículo para evitar ser atropellada. El conductor del automóvil no paró hasta que una patrulla la detuvo. Parecía un energúmeno. Destruyó la motocicleta y ocasionó lesiones leves a la mujer.

El viernes un tipo visiblemente alterado agredió a dos gestores de tránsito -esos muchachos que trabajan ayudando a descongestionar las trabazones- parecía fuera de sí y tuvo que ser controlado por otro gestor.

Como aquel viejo programa cómico mexicano de los 80-90 ¿Qué nos pasa? Se maneja con tal nivel de agresividad y violencia, prepotencia y salvajismo, que no medimos el daño que le podemos hacer a los demás.

No siempre son los buseros o los motociclistas.Usualmente es gente común y corriente que maneja como locos, que pareciera que nunca conocieron el manual de tránsito y mucho menos recibieron correciones de buenos modales en sus hogares.

En estas dos historias que les cuento, no hubo víctimas mortales, pero muy frecuentemente hay fallecidos. Este país vive una dolorosa espiral de violencia desde hace casi un cuarto de siglo y no todo es culpa de las pandillas. Mucha de esa violencia es nuestro comportamiento y se refleja bastante en el tráfico, es la Ley de la Selva.

Respetar a los demás es fundamental, guardar consideraciones mínimas hacia los conductores y peatones es lo más civilizado que podemos hacer. No critique a los motociclistas y buseros si usted es incapaz de aportar armonía y orden con su propio comportamiento.