Ha venido, después de 35 años de ausencia, Walter Somers, un periodista estadounidense que ya no vive más en Estados Unidos sino en Australia. Quería dar conmigo preguntando a personas que creía él me conocían o podrían conocerme, y se ha dado con la dura realidad: Ni idea de quién es ese sujeto, le han dicho varias de los personajes abordados. Le he preguntado algunos de los nombres y, con cierto candor, me los ha dado. Entonces le he dicho: lógico que te digan así.

El asunto es que el azar nos convocó. Walter ya no vive del oficio de periodista, ahora me comenta que escribe crónicas más o menos literarias que a veces algunas revistas europeas —de la última fila del ‘rating’— le publican y por lo que le dan una miseria en euros y muchas veces ni eso. Pero no le importa. Igual, algo me impulsa a escribir, me dice con cierto orgullo.

Nos hemos encontrado y también asustado, ambos, de vernos frente a frente después de tanto tiempo. Pero al instante, con solo observar los ojos (porque las mascarillas es lo que dejan descubierto) supimos que éramos nosotros.

Como fue en la entrada sobre el bulevar de los Héroes de Metrocentro donde coincidimos (él entraba y yo salía), pues le dije que nos dirigiéramos a un sitio menos concurrido para conversar. Lo más cerca con esas características era el Burger King que está sobre la calle Gabriela Mistral.

En ese sitio nos vimos varias veces en la década de 1980, y era un McDonald (según recuerdo, franquicia que administraba Roberto Bukele Simán, propietario de Servipronto El Salvador, S.A.). En esas ocasiones, de primera mano conocí sus reportajes sobre la guerra. La primera vez fue en enero de 1984, y me contó lo que vio y le dijeron los militares salvadoreños después del asalto y aniquilamiento por tropas guerrilleras del cuartel de El Paraíso, el 30 de diciembre de 1983.

En noviembre de 1983, Óscar Hidalgo, un amigo periodista costarricense, me mandó una carta donde me decía que Walter Somers, periodista estadounidense, amigo, etcétera, me buscaría. Como provenía de Óscar, de inmediato estuve atento a que Somers me contactara.

De inmediato congeniamos. El día que nos vimos yo andaba leyendo una revista ‘Estudios Centroamericanos’ (ECA), de junio de 1983, cuando la ECA era ¡la ECA!, y no en lo que se ha convertido hoy. Somers, sin perder tiempo, me llenó de preguntas sobre la situación del país. Respondí como pude. Yo, un joven estudioso de las ciencias sociales, no llegaba a los 25 años de edad, y él andaría por los 30, y con gran fogueo en las varias guerras centroamericanas del momento.

Una pregunta que no le pude responder a satisfacción quizá fue la que indagaba acerca de cómo es que las fuerzas guerrilleras habían hecho esa operación tan compleja en un pequeño país como este. No lo sé, le respondí con franqueza, y sin saber lo que decía, en esa ocasión afirmé (lo que muchos años después leería en el libro ‘Los secretos del Paraíso’) que quizá lo habían aprendido en Vietnam.

Tantos años han transcurrido desde nuestra última conversación y Walter Somers sigue igual de inquisitivo. Ya el tema de la guerra, para él, es un asunto lejano. Ahora quiere saber otras cosas.

Estoy un poco confundido, porque no logro descifrar las noticias que leo, me dice, mientras sorbe un chocolate de Burger King que sabe a agua caliente. Ajá, reacciono, y me quedo esperando sus interrogaciones.

No entiendo, comienza Somers, cómo es que este gobierno está tan tranquilo frente al peligro de no recibir los 1300 millones de dólares de parte del Fondo Monetario Internacional, cuando en enero de 2023 debe pagar 800 millones de dólares en títulos valores que se vencen. Algo no se sabe o es pura irresponsabilidad, sentencia. Walter aguarda mi comentario: A lo mejor el juego se les está acabando, digo.

Tampoco me cuadra eso de los homicidios. Hace unos días enterraron a una joven futbolista que apareció en un cementerio clandestino en Nuevo Cuscatlán. ¿Qué pasó?

Leí, me comenta Somers, que al expolicía Osorio, que tenía un cementerio clandestino en su casa en Chalchuapa y donde puedo haber 30 o más cadáveres, solo lo han acusado de dos homicidios. ¿Y todos los demás? No sé, es tan extraño eso. Por respuesta de mi parte recibe: coincido con vos.

También me he enterado de que no sé qué día hubo cero homicidios. Pero una semana antes ocurrieron decenas de asesinatos en un lapso de 48 horas. ¿Entonces?

No sé qué pensar, me lanza, y por eso te pregunto: ¿Qué noticias son esas? ¿Buenas o malas?