La política en El Salvador no deja de sorprendernos. (Entendemos que así ocurre en todo el mundo). Una de las últimas modalidades a las que se había llegado era tomar acuerdos entre partidos políticos afines en ideologías en el sentido de compartir los tiempos en que ejercerían la directiva de la Asamblea Legislativa en dos períodos: Un año y medio cada uno de los partidos, con lo que de esa forma dividían honores (y desde luego salarios) y el poder entre los líderes del correspondiente partido. Así estuvo funcionando la cosa durante algunos años, como la gran idea que lograba conformar y solucionar “grandes “problemas de la nación, que de hecho, no afectaban en lo más mínimo a la población, o como dicen en círculos populares, ni fu ni fa, para nadie. Sin embargo, la ambición del ser humano es desmedida, no tiene límites, y en el momento de cualquier descuido, salta a la luz, y se plantea como una nueva expresión de democracia, de libertad, de desarrollo político, en fin como un adelanto en el progreso de los pueblos.

Ahora, cuando se está llegando a cumplir el primer año de funcionamiento de la actual Asamblea Legislativa, que acordó integrar su junta directiva en dos partes, la primera por año y medio, y la segunda gobernada por otra directiva por otro año y medio, ha surgido la posibilidad de que le pacto de honor (¿?) se haga a un lado, y se llegue a un nuevo acuerdo, “porque las circunstancias han cambiado”

De esa forma, ya algunos de los mal llamados padres de la patria, hablan de que si se logran acuerdos de por lo menos 43 diputados, podría modificarse el pacto original y elegirse una directiva diferente a la acordada, lo cual sería justificada porque la voluntad mayoritaria del cuerpo colegiado debe respetarse. (Personalmente ignoro quiénes integran la nueva junta directiva)Y usted, amigo lector, con seguridad se queda frío, al observar la desfachatez y la tranquilidad con que un representante del pueblo hace sus declaraciones ante los representantes de la prensa, como si tal cosa. De hecho, muy pocas cosas deberían sorprendernos del quehacer de los políticos.

A estas alturas, casi hemos visto de todo. Funcionarios mezclados con pandilleros para obtener apoyo electoral. Delincuencia organizada dependiente del presupuesto de la nación. Maras activas en los días de elecciones decomisando Duis, para influir en los resultados electorales. Treguas entre pandillas promovidas por las autoridades que afectan a los ciudadanos en sectores enormes de territorios. Contrastes chocantes en la administración de justicia que indican una clara aberración judicial. Y últimamente, el faltar a la palabra empeñada, que dará al traste con los “acuerdos políticos” entre partidos y que pondrá de nuevo la moda de “el hombre del maletín” o del diputado que se declara “independiente”.

Cierto es que el diputado tiene libertad para emitir su voto en la Asamblea Legislativa, y no está supeditado a lo que le pueda mandar el partido que lo llevó a su curul. Sin embargo, existe una fuerza y un mandato moral que de alguna manera le impone mantener una conducta honesta para consigo mismo, para con sus compañeros diputados y para con la institución que integra, así como con la sociedad que representa o a la que debería representar. Un diputado que cambie de opinión sin justificación razonable, o por un beneficio económico, no solo merece el repudio de la sociedad, sino que demuestra que su calidad humana no amerita estar en el puesto que se encuentra. Y sostener lo contrario en privado o en público, desdice de su personalidad, y lo conduce a niveles que lo colocan en lugares despreciables de la sociedad. Los pactos de honor se realizan para cumplirse.

Cuando se firman, se llaman contratos, y se hacen cumplir coercitivamente, es decir, por la fuerza. Quien no cumple un pacto de honor, pierde más que el valor económico: el honor, aunque para muchos, el honor nada vale. Ojalá que no estemos a la vuelta de un nuevo triste espectáculo.