¿De qué están hablando? Reconciliar, del latín reconciliare es producto de la unión del prefijo revolver, reconstruir, y el verbo conciliare, ligado al sustantivo concilium: asamblea, reunión, unión. Así, pues, después de haberse trillado tanto esas dos palabras en los últimos meses –sobre todo– debemos tener claridad de su contenido. Se trata de volver a la unión, al acuerdo… Y, perdón mi ignorancia, ¿cuándo ha estado unida nuestra sociedad? ¿Cuándo ha estado de acuerdo? De acuerdos, recuerdo los que se firmaron entre hace 28 y 30 años. Pero esos no alcanzaron para unirla, sino para dividirla más, pues fueron entre quienes chocaron en la guerra que finalizaron así y estos –lógico preverlo– lo que querían era asegurar su bienestar.

Por eso, tenían que pactar su impunidad. Eso sí lo cumplieron a cabalidad, no importa que lo hayan fraguado y concretado furtivamente. Para ello ignoraron una buena parte de la sociedad, quizás la más importante: las víctimas de sus atrocidades. Y así la pasaron bien hasta que les desmantelamos su amnistía.

Hoy andan corriendo para aprobar, con 43 meses de retraso, lo que han dado en llamar ‒palabras más, palabras menos la “ley de reconciliación nacional”. Cuando me preguntan si saldrá algo bueno para las víctimas y la sociedad, al vencer el plazo perentorio impuesto por la Sala de lo Constitucional, mi respuesta es no. Ojalá me equivocara, pero es la misma “clase política” que todo ese tiempo ha tratado de parir otro “perdón y olvido” para los victimarios. Eso es lo que quieren hacer, no hay duda; lo complicado ha sido cómo maquillarlo.

La reconciliación real no se alcanza con decretos ni declaraciones; la ley es solo una herramienta. Esa sublime aspiración, ese “hondo anhelo”, se logra con educación, cultura, humanidad, amor por la verdad y la justicia, pasión por el bien común y compasión con quien más sufre… Eso escasea ahí donde están haciendo malabares para seguir favoreciendo criminales.