Existe la República de Nicaragua en su versión oficial: de la que se ha apropiado la familia Ortega como un feudo personal que ha provocado el exilio de miles de sus ciudadanos y que mantiene presos a 136 hombres y mujeres que se atrevieron a exigir democracia y libertad.

Pero también existe la verdadera Nicaragua, la heredera de una antigua vocación humanista, que con dignidad y la más humana beligerancia se niega a dar por perdida la lucha por su país. Esa otra Nicaragua, la que ahora conocemos por una vibrante comunidad de exiliados que vive en nuestro país, y que armados únicamente con sus convicciones, con agitan sus banderas en plazas y calles capitalinas, mostrando el rostro humano del que carece el régimen orteguista.

El Salvador ha optado por apoyar al fin a esta otra Nicaragua, la misma que de manera solidaria acogió a nuestros exiliados en la década de los 70 y 80. En nuestra capital se reunieron con la Comisión de Alto Nivel de la OEA, que busca solución a una crisis que lleva más de un año y que solo el diálogo y la diplomacia podrán resolver, antes de que la crisis se convierta en una guerra civil. Mientras tanto, los Ortega creen que podrán mantenerse ajenos al mundo exterior, como creyeron los Somoza a finales de los 70. Ya lo escribió Rubén Darío: “...flotan las banderas, hieren las metrallas, y visten la púrpura los emperadores...”.