Tal vez no debería extrañarnos que la campaña política más repugnante de nuestra historia esté por arrojarnos, como resultado directo, la representación legislativa más mediocre y ruin de la que tengamos recuerdo. Y que me disculpen desde ya quienes vayan a integrar ese órgano de Estado desde el próximo 1 de mayo, pero la verdad es que con muy pocas excepciones tendremos en la Asamblea 2021-2024 algo mejor de lo que vimos durante el penoso proceso electoral de este año.

Como quedó expresado en el artículo “Pequeña tropa de sumisos”, lo que parece haber constituido característica indispensable para estar en la planilla de candidatos de Nuevas Ideas era la obediencia absoluta al régimen y a su líder. Por encima de cualquier otra capacidad, habilidad o conocimiento, lo importante para aspirar a una curul por el oficialismo era demostrar que la fidelidad a una persona tiene mayor peso que la lealtad a un país o a una Constitución.

La demostración de docilidad exhibida por quienes integrarán la fracción cian no pudo ser más evidente el día en que les entregaron sus credenciales. El secretario de prensa de Casa Presidencial, que teóricamente no tenía nada que andar haciendo ahí, dio públicas y humillantes instrucciones a los futuros legisladores sobre el riguroso silencio que debían guardar ante los medios de comunicación. Y sí: todos obedecieron. Nadie se atrevió a contradecir lo que realmente era un atentado a su autonomía como diputados, pues la Constitución les garantiza la representación “del pueblo entero” y les libera de estar “ligados a ningún mandato imperativo”.

Pero claro, nadie estaba allí por haber obtenido maestrías en Derecho Constitucional o por conocer los aspectos irrenunciables de nuestro sistema republicano. (Algunos, digámoslo con seriedad, ni siquiera pasarían una prueba colegial de ortografía; mucho menos cabe esperar que hayan leído el artículo 125 de nuestra Carta Magna).

No. La representación cian carecerá de dignidad y criterios independientes. Ni las cualidades de honorabilidad notoria o debida instrucción que exigen las leyes han sido requeridas. Bastará una perruna inclinación de testuz, a la menor orden, para seguir gozando de los favores oficiales. De eso, y de populismo barato con ribetes circenses, tendremos de sobra en los próximos tres años de actividad legislativa. Lamentablemente.

Tuve el privilegio de llegar a la Asamblea Legislativa a los 28 años de edad. Si hubo intenciones de convertir a nuestra fracción en una simple máquina de pasar papeles, lo que puedo afirmar es que varios diputados de aquella época no nos dimos por aludidos. De hecho, en lo que cabe testimoniar a este servidor, ocasiones hubo en que me vi en el extremo de votar en contra de mi propio grupo parlamentario. Y en algunos temas complejos, como cuando tocó discutir la iniciativa presidencial de crear una caja de compensación para periodistas con fondos estatales, tuve la invaluable satisfacción de haber prevalecido casi en solitario, incluso tras el consenso de todas las fracciones que se aprestaron a apoyar, en un primer momento, aquel golpe contra la independencia periodística.

Me temo que nada de eso habrá en el periodo legislativo que comienza el 1 de mayo. Los disensos y el debate de altura habrán pasado a la historia. Un oficialista grupo parlamentario —que en la práctica no parlará con nadie más que con el Ejecutivo— marcará nuestro peor retroceso democrático desde la firma de los Acuerdos

de Paz.