La reciente crisis diplomática generada por el presidente Bukele en contra de la República Bolivariana de Venezuela, al decidir la expulsión de los legítimos representantes de aquel país acreditados ante nuestra nación y el erróneo reconocimiento de Juan Guaidó como “presidente encargado” de aquella nación –cargo que no ha sido sometido a la validación de proceso electoral y democrático alguno– es penosa.

El presidente Bukele contravino el reconocimiento de Naciones Unidas al gobierno del presidente Nicolás Maduro, clara alusión a que la legalidad y legitimidad de cualquier gobierno solo puede otorgarla la sociedad, las instituciones y el marco legal del respectivo país. Este curso de acción gubernamental, confirma la exacerbada dependencia y subordinación de nuestra diplomacia, a los lineamientos ultraderechistas de la administración Trump, lástima.

Existe evidencia de comunicaciones escritas que comprueban los vínculos diplomáticos El Salvador - Venezuela, desde 1871; el tono cordial de las misivas reflejaba el interés de acrecentar los contactos, estableciéndose relaciones diplomáticas oficialmente el 17 de mayo de 1884, con la designación oficial de El Salvador del Sr. Ascanio Negreti como Encargado de Negocios, elevándolo posteriormente al rango de Ministro Residente el 7 de abril de 1992. En tanto, la delegación diplomática de Venezuela se estableció hasta el 22 de junio de 1891, designando al Sr. Rafael Villavicencio en calidad de primer enviado extraordinario y ministro plenipotenciario.

La cercanía y compromiso de la hermana República Bolivariana de Venezuela con la región centroamericana y El Salvador han sido sólidas a lo largo del tiempo. Fue fundamental el rol de Venezuela junto a México y Colombia en la constitución del Grupo de Contadora el 9 de enero de 1983 para contribuir a generar un clima de diálogo y negociación en el contexto de los complejos procesos de conflictos armados de revolución y contrarrevolución que vivía la región centroamericana. Su materialización radicó en la suscripción de un primer proyecto de paz en septiembre de 1984 que, aunque enfrentó el rechazo de EE.UU., en esa época terminó agenciándose el Premio Príncipe de Asturias de la cooperación internacional, un respaldo político al que se sumó la Unión Europea, Naciones Unidas y OEA; constituyéndose en uno de los mayores aportes que apuntalaron los siguientes procesos de diálogo y negociación.

Es en el contexto de la guerra civil en El Salvador, impulsado por la ofensiva guerrillera “Hasta el tope y punto” iniciada la noche del 11 de noviembre de 1989, que cobra fuerza aquel proceso dialogante entre el gobierno del presidente Alfredo Cristiani y el insurgente Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional; empujando con seriedad y fuerza, hasta convertir el diálogo en negociación. En ese periodo se constituyó el “Grupo de Países Amigos +1” (Colombia, España, México, Venezuela más Estados Unidos), quienes, junto a Naciones Unidas asumen la mediación para alcanzar la paz en El Salvador. Fue precisamente Venezuela en su rol de país amigo, quien facilitó generosamente su territorio para una de las más importantes rondas, la “Negociación de Caracas”, el 21 de mayo de 1990. Fue aquí donde se acordó la Agenda General de Negociación, y se crearon las delegaciones, tanto gubernamental como guerrillera.

Si de rasgos culturales y humanos se trata, los cantautores venezolanos han sellado con mucha creatividad y amor indestructibles lazos fraternos que trascienden cualquier diferencia creada por mezquindades políticas unilaterales de un gobierno. A lo largo de nuestros procesos de lucha, tanto prestigiados grupos como “Los Guaraguao” y “Lloviznando Canto” nos han legado un gran aporte social, humano, y artístico; y qué decir de entrañables figuras legendarias como el cantautor combativo Alí Primera, que nos regaló la hermosa pieza “El Sombrero Azul”, convertido a lo largo del tiempo en un himno cultural como “El Carbonero” y que destaca la tenacidad, valencia y dignidad de este sufrido y abnegado pueblo.

La sumisión y pleitesía mostrada por el presidente Bukele, volcado a una servil dependencia de la administración Trump, ha desnaturalizado el carácter independiente, fuera de todo alineamiento antisoberano, proyectado con la suscripción de los Acuerdos de Paz. Nuestra realidad sociopolítica impone relaciones de respeto, pero no de subordinación con Estados Unidos. Solo una política exterior independiente podrá abrirse espacios en un mundo cada vez más multipolar. El presidente Bukele perdió la oportunidad de convertir su capital político, con nutrido respaldo electoral, en la posibilidad de cultivar un liderazgo regional, que pudiera resarcir la generosa colaboración que países como Venezuela nos dieron en momentos álgidos de nuestra historia.