El Salvador es uno de los países más violentos de Latinoamérica, lo dicen las estadísticas. Es uno de los más desiguales, eso también lo dicen las estadísticas. Este país, nuestro país, es víctima de una estafa política, perpetuada por los políticos que, por décadas, han vivido desconectados de la realidad de su gente. El Salvador es, en síntesis, un país bastante emproblemado, pero de todos esos problemas surge uno aun mayor y es que ya estamos tan acostumbrados a escuchar las palabras “violencia y falta de oportunidades” que nos olvidamos de su significado y aunque vemos esos problemas representados en estadísticas, nos olvidamos sus consecuencias humanas.

La violencia en El Salvador va más allá de un número; significa muerte, violación, extorsión; significa miedo, llanto y angustia. La falta de oportunidades también va más allá de una estadística; significa hambre, enfermedad, separación familiar; también significa miedo, llanto, angustia. Yo conocí esos sentimientos en diferentes puntos de mi vida, en la mayoría de casos, desde el privilegio: cuando vi la noticia de la buseta quemada en mejicanos, cuando leí la historia de Katya Miranda, cuando trabajé en un restaurante en Estados Unidos con migrantes centroamericanos que tenían más de 20 años sin poder abrazar a sus hijos.

Creo firmemente en la importancia de humanizar los grandes retos que el país enfrenta, pero creo que es igual de importante humanizar la perspectiva desde la cual decidimos enfrentar esos retos. La rabia y la impotencia, que son sentimientos humanos, me motivan a enfrentar esos desafios. La esperanza de que las cosas pueden ser diferentes si somos honestos y hacemos lo correcto, también me motiva hacerlo. Hace un año, decidí que ya no me quería sentir impotente y motivado por esa esperanza decidí sumarme a un grupo de personas que, al igual que yo, comparten la convicción de ver a El Salvador y sus problemas desde lo humano.

¿Pero cómo logramos hacer eso? Cuando empezamos a construir Nuestro Tiempo, teníamos una idea. Sabíamos que construir una propuesta sustanciosa, basada en la ética, la transparencia y la empatía era imprescindible. Sabíamos que era imprescindible, también, construir un proyecto cuyas prioridades estuvieran directamente atadas a lo que a los salvadoreños realmente les importa: educación de calidad, combate a la corrupción y, por tanto, más oportunidades. Sabíamos y sabemos, que las condiciones en las que un salvadoreño nace no deben determinar el resto de su vida. Sabemos que nacer en la pobreza no debe ser una condena para morir sumergido en ella. Sin embargo, sabíamos, también, que, si queríamos ser realmente diferentes y hacer política por los ciudadanos y no a costa de ellos, debíamos ser humildes y escuchar, escuchar, escuchar.

El 24 de agosto, luego de haber establecido siete principios innegociables y un ideario que, al igual que la Constitución de El Salvador, pone al ser humano al centro de todo, empezamos a escuchar masivamente. Nuestro trabajo por meses fue escuchar, todos los días, de día y de noche, en universidades, centros comerciales, calles y comunidades de occidente hasta oriente. Platicamos con más de 100,00 personas. Escuchamos decepción, de la política, los políticos y de su manera corrupta y soberbia de operar. Escuchamos exigencias, de ser diferentes, de no fallar, de no defraudar, de prepararnos, de servir. Escuchamos y vimos angustia y desesperación; hambre, miedo, pobreza. Pero también escuchamos ALGO MÁS, sobre todo de los jóvenes y de quienes creen en ellos, en nosotros: esperanza. Escuchamos esperanza de aquellos que, al igual que nosotros, están convencidos que la forma actual de hacer política basada en la corrupción, el ego y el clientelismo, no es la única forma de hacer política. Escuchamos esperanza de aquellos que, aun con limitantes y obstáculos, creen que el cambio empieza de abajo para arriba.

Mientras escuchábamos, también recolectábamos las 50,000 firmas que exige la ley para inscribir a Nuestro Tiempo como partido político. Esta historia ha sido, hasta hoy, la más retadora de mi vida. Lo que en ella vi y escuché ha sido, hasta hoy, la recompensa más valiosa de mi vida. El camino apenas comienza, el reto es grande y el compromiso es alto, pero estamos dispuestos a asumirlo. Siempre de la mano de los ciudadanos que nos abrieron la puerta y nos han permitido participar.

En esta ocasión el llamado es uno: los invito a exigir, a cuestionar y presionar, a ser escuchados; pero también los invitó a escuchar, especialmente aquellos que piensan diferentes a ustedes, porque el país que queremos solo lo podemos construir juntos. A ustedes, a los ciudadanos que no quitan el dedo del renglón, a los que se arriesgan y dan la cara todos los días para salir adelante, a los que creen que este proyecto va más allá de una persona, e incluso un partido: cuenten con nosotros. En todo el sentido de la oración, estamos aquí para servirles.