Una nueva revolución se gesta en las calles de Nicaragua, una desarmada, autoconvocada por redes sociales por jóvenes universitarios que encendieron una chispa rebelde que ha hecho tambalear al régimen autocrático y nepotico de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo.

Los jóvenes gritan enérgicamente: “no tenemos miedo” y la creciente demanda de la salida de Ortega y “la Chayo”, como le llaman a la vicepresidenta, va en aumento después de casi dos semanas de protestas.

Parece más una edición de una “primavera nicaragüense”, similar a la que derrocó a los gobiernos autocráticos del mundo árabe que la revolución armada que derrocó al dictador Anastasio Somoza en 1979,

“Nos ha quitado tanto que hasta nos quitaron el miedo”, decía una de las mantas más populares en las gigantescas manifestaciones callejeras de la semana pasada en la que han sido fundamentales el papel de estudiantes universitarios y una militante iglesia católica que ha denunciado los abusos y la represión del régimen.

La crisis estalló el 16 de abril pasado cuando el gobierno aprobó una reforma del seguro social que desató protestas en todo el país. Ortega desató entonces una feroz represión que dejó unos 63 muertos, incluyendo dos policías y un periodista.

Lejos de amedrentar a los nicaragüenses, la protesta tomó fuerza. Ortega revertió la reforma pero la población escaló en sus demandas y ahora exige la salida del autócrata que ha gobernado Nicaragua por 11 años, en su segunda versión, ya que también estuvo en el poder entre 1979 y 1990.

Ortega también censuró medios de comunicación y lanzó a sus grupos de choque a agredir a los manifestantes.

Ante el desborde popular, Ortega convocó entonces a un diálogo nacional que la iglesia aceptó. Pero la población ya empezó a clamar que la salida de Ortega debe negociarse en el diálogo.

El sábado, la iglesia dio un ultimátum al régimen:

“El gobierno solo tiene un mes para cumplir de lo contrario se informará al pueblo que no se pudo”, dijo el cardenal Leopoldo Brenes, arzobispo de Managua ante miles de feligreses en la catedral de la capital nicaragüense.



El pueblo gritó ante el anuncio de Brenes: “¡Que se vayan, que se vayan, que se vayan!”, en referencia a Ortega y Murillo.

El obispo emérito de Granada, Bernardo Hombach dijo a Diario El Mundo que “estamos luchando para que haya una Nicaragua de unión basada en la justicia, la justicia tiene que ser la base”.

“Lo importante es que sea un diálogo sincero y que se toque realmente los problemas y que no se tenga miedo de poner los problemas sobre la mesa, esto no puede ser una retórica paliativa y hay que exigir justicia, poner los auténticos problemas sobre la mesa y eso es importante”, dijo Hombach.

Lo del sábado fue impactante. La marcha fue probablemente la más gigantesca en las últimas décadas en Nicaragua.

La iglesia convocó a una peregrinación por la paz que terminó siendo una gran marcha opositora donde no solo había católicos, sino evangélicos, ateos y población en general. El ambiente era de ira contra Ortega y entusiasmo de su posible caída.

Durante unas tres horas, Diario El Mundo fue testigo el sábado de miles y miles de nicaragüenses que entraban a los predios aledaños a la catedral.

“Somos libres. Hoy sí me siento que somos libres”, me dijo entusiasmada una mujer que solo se identificó como Gloria, en la rotonda Rubén Darío, en las cercanías de la catedral, al contemplar la llegada de miles de personas.

“Este hombre se lo va a llevar el diablo”, agregó Gloria, quien me dijo que tenía nietos de la edad de los jóvenes asesinados. Luego se despidió y la vi sumarse a la marcha para gritar una de tantas consignas contra el régimen.

Pero el entusiasmo popular y la rabia contra Ortega no son suficientes. El régimen ha copado todos los poderes del Estado, funcionarios del partido dirigen la Corte Suprema, la Fiscalía, la Procuraduría de Derechos Humanos, la Policía, el Ejército, todo dirigido por militantes sandinistas. Se han apoderado de la mitad de los medios de comunicación e hicieron un pacto con la cúpula empresarial que les permitía hacer negocios mientras no hicieran críticas al régimen.

Pero lo sucedido en las últimas dos semanas ha dado vuelta a la componenda, la cúpula empresarial ha abandonado a Ortega y la iglesia católica ha cohesionado un liderazgo histórico que respalda a los estudiantes e impone plazos a Ortega.

“A partir de hoy, lo que vaya a pasar en Nicaragua lo decide ahora el pueblo. Patria mía, te quiero libre, te sueño como una casa para todos, en justicia social y libertad”, sentenciaba el sábado Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua y probablemente el religioso más querido de Nicaragua.

Báez llamó a los jóvenes “la reserva moral de Nicaragua” y los instó a no desistir en su “causa justa”.

El sábado en Managua, la causa justa decía en un cartel: “Somos la nueva revolución”.