Ian Fleming es el reconocido escritor de novelas de espionajes más universal de todos los autores especializados en ese género literario, a través del agente secreto al servicio de su Majestad, James Bond. El otro escritor, también británico, y quien fuere igualmente oficial de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, como le fuere Fleming, es el reconocido autor John Le Carrè, con una filmografía no tan numerosa como la de su compatriota, pero igualmente de altísima calidad, como recordamos, entre otros, los filmes “El espía que llegó del frio”, interpretada por Richard Burton, “La casa Rusia” interpretada por el mismísimo Sean Connery , “El sastre de Panamá” con Pierce Brosnan (otro Bond) y “El espejo de los espías” con sir Anthony Hopkins (el mismísimo Hannibal Lecter).

Y por supuesto, a ese selecto club se agrega ahora don Arturo Pérez-Reverte, uno de los escritores contemporáneos más importantes de la lengua castellana, miembro de la Real Academia de la lengua, quien fuere durante 21 años corresponsal de guerra (1973-1994), dedicado a novelar la historia en su obras, entre otras magníficas, El Capitán Alatriste, El Club Dumas, La Guerra Civil narrada para jóvenes, La Reina del Sur, Sidi, Línea de Fuego, y su reciente trilogía Falcó, Eva y Sabotaje que narra las aventuras del cínico espía Lorenzo Falcó, durante la Guerra Civil española, aún no llevadas al cine pero que lo merece.

El fenómeno Bond ha sido de tal magnitud, que se han realizado congresos para explicar la personalidad del autor a través de sus obras, el entorno internacional de la época, la Guerra fría, el terrorismo, el crimen organizado, y la conspiración para controlar el mundo; al punto que Umberto Eco llegó a escribir sobre el tema y participar en unos de esos congresos académicos. En Fleming, el malvado no es la Unión Soviética, al punto que muchas veces agentes soviéticos sirven de protección de Bond, sin que éste lo supiere. El malvado normalmente es Ernest Stavro, un criminal que no trabaja para gobierno alguno sino para su poder y dominio a través de la riqueza y el miedo; lo que hace a través de su siniestra organización SPECTRE capaz de paralizar, chantajear o inhibir a las grandes potencias. Stavro, recordemos, es el personaje que aparece siempre acariciando un hermoso gato blanco, rodeado de tecnologías avanzadísimas, premonitorias como los de Julio Verne en su momento.

De alguna manera se pueden comparar esas tramas de Fleming, con la situación actual en los Estados Unidos, donde se hace recaer, no ya en el Foro de Sao Paulo, Corea del Norte o Rusia sino en personas individualizadas, los generadores de una conspiración internacional para dominar al mundo. Esta vez no en Stavros, SMARTH, SPECTRE, Le Chiffre, Zorin o Scaramanga, sino en George Soros, el magnate húngaro de origen judío cabeza de la Fundación “Quantum” y, en Bill Gates fundador de Microsoft Corp. y de la “Fundación Bill y Melinda Gates”, quién según la teoría del actual presidente americano y de muchos de sus seguidores supremacistas, venezolanos, cubanos, latino americanos en el exilio o no, pretenden instaurar un gobierno mundial destruyendo modelos occidentales, el concepto de soberanía, autodeterminación y patria, a través de la “globalidad”. Solo este último concepto, merecería un “ensayo”, académico-político aparte.

La globalización ha existido siempre, pero se impuso luego de la Segunda Guerra Mundial y con mayor intensidad en los sesenta, como expresión de integración, colaboración y paz entre las naciones. Ese concepto de Estado-nación autárquico y excluyente cedió paso a la interrelación entre las naciones y sus economías. Ese “hagamos a América grande de nuevo”, no solo es una tontería sino irrealizable, además de populista; irrealizable porque el mundo está globalizado, dependemos unos de otros, y la paz mundial a su vez depende de esa realidad, no del control de uno sobre todos. De continuar por esa vía, es obvio que nos ha tocado presenciar, en términos históricos, el inicio del declive de un imperio.