La inmensidad de Eurasia está rodeada de beligerancia. En el frente occidental, Rusia ha desplegado un número creciente de unidades militares en las regiones cercanas a su frontera con Ucrania, lo que ha provocado una oleada de especulaciones sobre sus motivos. Y en el este, el comportamiento de China con respecto a Taiwán se ha vuelto cada vez más preocupante. Un estudio de juego de guerra ampliamente divulgado por un grupo de expertos estadounidense concluye que Estados Unidos tendría “pocas opciones creíbles” si China lanzara un ataque sostenido contra la isla.


En ambos casos, la intención estratégica del agresor es clara. El gobierno del presidente chino, Xi Jinping, ha hecho un llamamiento a la “reunificación” china, considerándola como una conclusión adecuada para la guerra civil china. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista de China se apoderó de China continental, pero no logró eliminar a los nacionalistas de Chiang Kai-shek. Se retiraron a Taiwán (y algunas islas más pequeñas), que ha permanecido fuera del dominio del PCCh desde entonces. A veces, las declaraciones oficiales de China sobre la “reunificación” han estipulado que debe lograrse pacíficamente; pero en otras ocasiones, los líderes de China han eliminado el adverbio. Además, al expandir y equipar sus fuerzas armadas, China se ha centrado específicamente en desarrollar su capacidad para someter a Taiwán si alguna vez intenta declarar la independencia.


La mayoría de los países, incluido Estados Unidos, han mantenido durante mucho tiempo una política de “una sola China”, que niega el reconocimiento formal de Taiwán como estado independiente. Pero ante la ausencia de vínculos diplomáticos formales con la isla, muchos países han desarrollado relaciones a través de otros canales como el comercio y la tecnología. Taiwán es líder mundial en la producción de microchips de vanguardia. También es una brillante historia de éxito democrático. Si la sociedad china que se encuentra en Taiwán puede ser democrática, quizás algún día la misma visión política se extienda al resto de China.


En el otro extremo de Eurasia, la situación de Ucrania es radicalmente diferente a la de Taiwán, sobre todo porque Rusia ha reconocido formalmente su independencia. La ocupación y anexión de Crimea por parte del presidente ruso Vladimir Putin en 2014 fue declarada ilegal y condenada por una abrumadora mayoría en la Asamblea General de las Naciones Unidas (donde solo 11 países votaron en contra de la resolución). No obstante, el verano pasado, Putin publicó un ensayo extenso y notable en el que argumentó que Rusia, Ucrania y Bielorrusia pertenecen juntos como una cuestión de historia. La soberanía ucraniana o bielorrusa, afirma ahora, solo se puede lograr junto con Rusia, bajo la autoridad última del Kremlin. El revisionismo de Putin tiene tanto alcance que incluso criticó el estatus formalmente independiente de Ucrania bajo la constitución soviética (aunque esto nunca significó nada en ese momento).


La intención estratégica de Putin es clara: considera que la independencia de Ucrania es cada vez más intolerable. Al igual que China con sus designios sobre Taiwán, Rusia ha estado preparando y equipando a sus fuerzas armadas con el propósito específico de invadir y conquistar Ucrania antes de que cualquier fuerza exterior pueda interrumpir la ocupación. Además de tomar Crimea, el Kremlin ya ha enviado fuerzas militares regulares a Ucrania, como lo hizo en agosto de 2014 y nuevamente en febrero de 2015 en la región oriental de Donbas. Putin parece estar listo y dispuesto a lanzar otra incursión similar, si no una operación a una escala mucho mayor. Nadie duda de que una toma militar china de Taiwán cambiaría radicalmente el orden de seguridad de Asia oriental, al igual que una toma militar rusa de Ucrania alteraría el orden de seguridad de Europa. Pero lo que aún no se ha apreciado del todo es la posibilidad de que ambos sucedan simultáneamente de forma más o menos coordinada. En conjunto, estos dos actos de conquista cambiarían fundamentalmente el equilibrio mundial de poder, dando el toque de gracia a los acuerdos diplomáticos y de seguridad que han apuntalado la paz mundial durante décadas.


Tal escenario no es tan descabellado como parece. Aunque China afirma defender la no injerencia en los asuntos internos de otros países, guarda un escrupuloso silencio sobre la cuestión de la soberanía de Ucrania. No hay razón para pensar que no respaldaría un nuevo asalto ruso a ese país si hacerlo sirviera para sus propios fines. Sin duda, sería un gran error que China invadiera Taiwán y que Rusia invadiera Ucrania. El desarrollo económico de ambos países se vería afectado de manera decisiva por las sanciones a gran escala que inevitablemente seguirían. El riesgo de un conflicto militar más amplio sería alto, y es casi seguro que países como Japón e India se embarcarían en una gran acumulación militar propia para contrarrestar a China. Los europeos ya se están moviendo con más decisión hacia una política de fortalecimiento de su defensa. Por prudentes que sean estos desarrollos, ofrecen un frío consuelo. Los tambores de guerra se pueden escuchar con bastante claridad. La tarea de la diplomacia es asegurarse de que no se conviertan en algo más que un ruido de fondo.