Hace unos 41 años, los movimientos guerrilleros que hacían la guerra al Estado y hacían sabotajes económicos quemaban cañaverales en varias zonas del país y provocaron la pérdida de unos 25 mil empleos en la zona rural. La guerrilla creía que con eso castigaba a los empresarios agroindustriales del azúcar pero en realidad, su acto irresponsable e irracional terminó perjudicando a masas de jornaleros necesitados.

La historia salvadoreña desgraciadamente está cargada de episodios como esos. La clase política o la guerrilla o las pandillas cometen actos irracionales con el fin de castigar a sus adversarios políticos o a la empresa privada y terminan perjudicando siempre a los más necesitados.

El Salvador no puede seguir ese curso de la historia. El país lleva décadas enfrentados inútilmente y creyendo que destruyendo al adversario se resolverán los problemas del país cuando en realidad solo se profundizan y se complican esos problemas. No hay una nación exitosa en el mundo que haya salido adelante sin grandes acuerdos nacionales, sin dejar atrás la conflictividad interna, la confrontación, sin establecer metas claras de país, definir objetivos comunes y trazar un rumbo.

En estos tiempos que El Salvador enfrenta una nueva etapa electoral en la que afloran los enfrentamientos políticos, este es un asunto a reflexionar. El salvadoreño no puede seguir votando por el que más grita, por el que más vocifera, por el que más denigra o agrede al adversario, el que quema los cañaverales. Se debe votar por el que más propone, el que busca consensos, el que siembra en lugar de destruir. Sino seguiremos en el ciclo de destrucción.