Nuestro país posee una naturaleza diversa, que lo convierte en un territorio con clima variopinto. En primer lugar, estamos asentados en la zona de influencia del llamado “Anillo de Fuego del Pacífico”, que nos hace propensos a sufrir con mucha frecuencia de violentos terremotos, con alguna periodicidad aún no estudiada científicamente. Un salvadoreño mayor de 50 años, habrá asistido a estos eventos sísmicos más de alguna vez y, ésta es la experiencia general para nuestra población, pero no para los gobiernos de la nación que, hasta el presente, no han planeado un sistema obligatorio de construcciones asísmicas como las que utilizan otros países, que también son afectados por sismos, como Japón, Taiwán y otros. Hemos sufrido terremotos tan destructivos y que han ocasionado decenas de víctimas que, en ciertas ocasiones de nuestra historia, obligaron a los gobernantes de turno a trasladar las actividades del Estado a ciudades vecinas a San Salvador, pero ni eso hizo modificar desde entonces nuestros sistemas tradicionales de construcción inmobiliaria…

De igual manera, en forma periódica, se tienen en nuestro territorio tanto ciclos de época seca intensa (sequías), como de lluvias intensas y de larga duración (situaciones atemporaladas) que, aunadas a nuestra proverbial imprevisión de catástrofes naturales, hace que las mismas produzcan escenas dantescas de ruina, destrucción y luto. A esa condición natural, agreguemos la irracional acción humana de haber deforestado bosques valiosos, que eran barreras mejor fortificadas para detener el ímpetu de las aguas desbordadas de los ríos, o para atraer las nubes cargadas de lluvia cuando llegaban las etapas de sequía. Los bosques eran como reguladores del clima mismo, dando frescura en meses calurosos, o disminuyendo con sus follajes el aumento de bajas temperaturas, aparte de retener el agua llovida, eran defensas de los reservorios acuíferos y que el caudal de los ríos no disminuyera. Las prevenciones que hicieron entendidos a partir de 1950 más o menos, cayeron en saco roto y ahora, también peligra que los bosques cafeteros se pierdan irremisiblemente…dejando más indefenso el suelo vegetal y los recursos hídricos.

La tragedia que sufren los habitantes de la Residencial “Santa Lucía”, en Ilopango, se constituye en el caso símbolo de nuestra imprevisión, de nuestro descuido ambiental, de nuestra ceguera mercantil inmobiliaria de no considerar seriamente la firmeza del territorio, antes de proceder a una construcción masiva de viviendas, que debe modificar el sistema horizontal, por el sistema vertical. La irresponsabilidad de funcionarios que aprobaron esa residencial y otras más en el país, debe ser un asunto prioritario y hacerlos no solo responsables de conformidad a nuestras leyes penales y civiles, sino a que también las empresas constructoras reparen económicamente a esas pobres familias, hoy desahuciadas de sus hogares inseguros que poco a poco les ha ido “tragando” una cárcava horrorosa y destructora, de enormes dimensiones en altura, ancho y profundidad, que colinda con una conocida institución educativa del lugar. En la desgracia actual, es notoria también la imprevisión del nuevo gobierno al no contar con gente experimentada en estos avatares ambientales. Cuando Protección Civil se alista, nos encontramos que no han nombrado aún los 14 gobernadores departamentales que coordinaran el auxilio con las municipalidades del país y el problema continúa igual.

Esa imprevisión o descuido, me hizo recordar a mi abuelo materno, don Chema Bolaños, que noche a noche nos deleitaba con cuentos diversos, mismos que recopilé hace unos pocos años y gané el primer lugar en los Juegos Florales organizados por la Casa de la Cultura de Ahuachapán. Me refiero al cuento del Rey Zope: decía mi antecesor que cada vez que llegaba el invierno, el ave en cuestión soportaba la llovedera junto a sus congéneres, mientras les decía: “Les prometo que mañana hago mi casa, para que nadie se moje nunca jamás”. Pero al día siguiente, al salir radiante el sol por el oriente, el rey zope volaba a un guarumo a calentarse plácidamente su plumaje, olvidando construir la casa prometida y así continuaba hasta que finalizaba el invierno. Es reflejo de nuestra historia. Al pasar el invierno, nos olvidaremos de la tragedia que nos deja…y la historia seguirá repitiéndose, hasta que San Juan baje el dedo.