Nunca en la historia de la democracia estadounidense se habían visto hechos como los sucedidos en las últimas semanas y mucho menos lo ocurrido el miércoles. El presidente Donald Trump ha hecho un daño profundo a la democracia más emblemática del mundo dando un pésimo ejemplo con sus intentos de retorcer y manipular las instituciones a su beneficio.

La gran ventaja de Estados Unidos es que la institucionalidad democrática funciona y que no ha habido una sola institución que se haya hecho eco de los caprichos de un mandatario autócrata, melagómano, enloquecido por el poder y la ambición de continuar en el cargo aunque haya perdido tan claramente las elecciones presidenciales de noviembre pasado. El Congreso estadounidense y el vicepresidente Mike Pence dieron una gran lección de democracia y acabó con las locuras de Trump.

Los autócratas del mundo ahora podrán justificar sus desmanes en la conducta de Trump. Incitar turbas para atacar violentamente al Congreso mientras está en sesión decidiendo algo que al gobernante no le agrada, es propio de dictadores, pero la gran democracia estadounidense ha prevalecido. Sus intentos de cambiar el voto del Colegio Electoral y luego en el Senado demuestran hasta dónde puede llegar un hombre desesperado por el poder.

Lo terrible es que Trump tiene millones de seguidores fanatizados, capaces de la violencia más despiadada contra los que no piensan como ellos, tal como actúan los colectivos chavistas en Venezuela o las turbas de Ortega en Nicaragua. A ese nivel ha llevado Trump a Estados Unidos. Muy probablemente esas hordas trumpistas serán los próximos terroristas domésticos durante el mandato de Joe Biden, consecuencia de una mente enferma por el poder capaz de envenenar a las masas con conspiraciones inexistentes y mentiras elucubradas por una lengua sin límites. Esperemos que a partir del 20 de Enero, Joe Biden enderece el camino de Estados Unidos.