Pensadores de los cinco continentes ya han catalogado el 2020 como un “Annus horribilis” (Año horrible en latín) y no es para menos. La pandemia del coronavirus aceleró los problemas crónicos de la humanidad y en particular los de El Salvador que no termina de recuperarse desde la pesadilla de la guerra civil de los años 80-90.

Es un año duro. Se perdieron vidas valiosas debido a la pandemia, padres, madres, hijos, abuelos, médicos, enfermeras, profesionales de todo tipo, gente querida por sus familias. La pandemia arrancó a muchos seres queridos y enfermó a miles más. Los embates de esta enfermedad seguramente continuarán en los próximos meses mientras termina de encontrarse un tratamiento adecuado o se generaliza la vacunación.

Junto a la pandemia se ha profundizado también una crisis económica que ya era latente en el país. Tenemos la caída del Producto Interno Bruto más dramática desde el inicio de la guerra civil. Se perdieron docenas de miles de empleos, se cerraron empresas, se produjeron enormes pérdidas materiales. Ello ha traído además un agravamiento de la crisis fiscal y del endeudamiento público.

Y como si no bastara con eso, también se ha intensificado la confrontación, la crisis política, el insulto y la descalificación como arma política, generando heridas cada vez mayores en nuestra sociedad. Todo eso además provoca graves problemas sociales, la falta de empleos genera pobreza y necesidades que habrá que satisfacer y los recursos escasean.

Ha sido un año horrible. Solo nuestro trabajo tesonero podrá sacarnos adelante, no la clase política ni ofertas irrealizables. El desafío es todo nuestro.