Hace 53 años, el 14 de julio de 1969, el presidente de entonces, el general Fidel Sánchez Hernández, tomó la difícil decisión de atacar a la vecina Honduras en un conflicto que duró 100 horas y que un reportero Polaco de nombre Ryszard Kapuscinski, bautizó como “La guerra del fútbol”. Nada más alejado de la realidad. La razón de iniciar esa guerra fue salvar la vida de los campesinos salvadoreños que injustamente eran asesinados, vilipendiados y ultrajados en el hermano país por el único pecado de trabajar sus tierras.

A lo largo de nuestra historia, por todos ha sido reconocida la capacidad laboral de los salvadoreños y, al haber tantas tierras ociosas al otro lado de la frontera y tan saturada y comprometida la nuestra, los campesinos de la frontera trabajaban esas tierras y poco a poco con esfuerzo y dedicación se fueron convirtiendo en dueños de sus propias parcelas. Nadie puede ver ojos bonitos en tierra ajena y los problemas comenzaron.

Con muy pocos recursos, sin apoyo internacional y siguiendo algunas de las tácticas de la Guerra de los seis días en Israel, que recién había finalizado con óptimos resultados, la Fuerza Armada de El Salvador se lanza a la tarea de rescatar a todos esos salvadoreños que sin darse cuenta se los había llevado la corriente y estaban muriendo. Fue así como, en primera instancia, destruyen toda la flota aérea hondureña y nuestro ejército pasa la frontera, llega hasta nueva Ocotepeque y en un acto de heroicidad arrean la bandera hondureña y posteriormente izan la bandera salvadoreña y rescatan a nuestros hermanos.

Los valientes soldados sin duda hubieran seguido avanzando hasta tomar la capital, Tegucigalpa, si los hubieran dejado. Pero en lo mejor de la victoria, la Organización de Estados Americanos negoció un alto al fuego en la noche del 18 de julio que entró en vigor 2 dias después y con esto acabaría la guerra de las 100 horas.

El gobierno exigió que cesara la persecución de sus compatriotas, pero la OEA le exigió antes desalojar suelo hondureño. 20 días después, el 06 de agosto de 1969, el ejército hacía su entrada triunfal a San Salvador. El pueblo salió a recibirlos, como se recibía en la antigua Roma a sus guerreros al regresar vencedores del combate. Fue un desfile majestuoso por las principales calles de la capital; cualquiera que vivió ese momento, sin importar su edad, lo recordará como a uno de los eventos más sublimes que han visto en sus vidas.

Ver a nuestras tropas bañadas de gloria después de haber cumplido su misión, se convirtió en una verdadera fiesta nacional. Ahí nació el respeto, la admiración y el cariño por la Fuerza Armada; desde entonces todos los niños, jóvenes y adultos de la época se postraron a los pies del Ejército Salvadoreño.

Hoy, 53 años después, esa imagen incólume de nuestros soldados solo fue opacada por el triste papel hecho por sus comandantes durante los diez años de gobiernos del FMLN. Donde los herederos de los otrora héroes nacionales se convirtieron en defensores de pandillas y oportunistas que atendiendo a los lineamientos comunistas y a las ansias de dinero y poder se olvidaron de sus más sagrados valores y principios.
La historia los juzgará en algún momento.

Por ahora, 53 años después de aquella gesta histórica rendimos homenaje a aquellos hombres que un día se volvieron leyenda: El Chele Medrano, El torito Staben, Roberto d’Aubuisson Arrieta, el Diablo Velázquez y con ellos cada uno de sus pelotones que con gallardía ofrecieron sus vidas, y algunos la entregaron por devolverle la dignidad a sus hermanos, como fue el caso de Aníbal Hernández o del héroe de San José de la Fuente en La Unión, Guillermo Reynaldo Cortéz, entre otros.

Ensalcemos este día su memoria y reconozcamos su sacrificio, su valentía y su inmenso amor por El Salvador.