La demanda del ministro de Agricultura, Pablo Anliker, ante la Organización Internacional del Café de dar respuestas y soluciones a la crisis mundial de los precios del café y dignificar a millones de productores, es una valiente defensa de nuestro grano de oro y las grandes implicaciones socioeconómicas que trae para nuestro país.

Es lamentable que durante más de dos décadas de precios bajos, la voz de El Salvador no se había escuchado. En realidad, salvo esporádicas exhortaciones de Colombia y Honduras, la región guardaba silencio ante la OIC sobre este asunto que ha generado no solo depresión económica, sino un creciente endeudamiento y un enorme impacto sobre el empleo rural, que en el caso nuestro ha traido consigo graves problemas de inseguridad.

Ciertamente, como dijo el ministro, la calidad se paga y es insostenible con los precios internacionales actuales que no permiten siquiera sacar los costos de producción, lo que ha obligado a muchos productores a replantearse los cultivos.

La producción cafetalera salvadoreña necesita una línea de defensa internacional, pero también lograr cohesionar un bloque de países que, unidos, velen por solucionar esta grave crisis de precios y tomen medidas en conjunto. Es algo que es urgente para nuestros productores y nuestros campesinos que necesitan ver reactivado el sector.