A finales del año 2015, varias organizaciones de la sociedad civil, redactamos, cabildeamos e impulsamos la reforma al Código Penal en los artículos 129 y 155 para agravar las penas de cárcel a quienes cometan el delito de homicidio o amenazas motivadas por odio o intolerancia a la expresión de género u orientación sexual; logramos incrementar las penas de prisión de 30 a 50 años, cuando el homicidio “fuere motivado por odio racial, étnico, religioso, político, a la identidad y expresión de género o la orientación sexual”.

Pero para la población de Lesbianas, Gay, Bisexuales, Transgénero, Intersexuales -LGBTI- no se ha logrado marcar una diferencia, basta darse cuenta que los casos de crímenes por odio que han acontecido desde la entrada en vigencia de la reforma y en lo que va del año 2019 no han sido castigados con la severidad de esta reforma.

Hace pocos días nos enteramos del asesinato de Anahy Rivas, mujer transgénero que fue asesinada la madrugada del sábado 26 de octubre y su cuerpo abandonado frente a una discoteca del bulevar Los Héroes, de San Salvador. Pero lo sucedido y los detalles son crueles, vale decir que la mayoría de mujeres trans son asesinadas con lujo de barbarie, para el caso de Anahy sus últimos momentos con vida fueron horrendos, pues unos hombres intentaron meterla a la fuerza a un vehículo y no alcanzaron a subirla del todo a los asientos cuando la camioneta comenzó a rodar por lo que sus piernas colgaban y así siguió un trayecto de casi cinco kilómetros, todo ese tiempo ella luchaba por su vida, dice el informe de Medicina Legal que durante el recorrido fue asfixiada con una media que la víctima siempre acostumbraba portar para acomodarse el pelo. Cuando ya parecía muerta, sus raptores la lanzaron al pavimento, donde fue posteriormente atendida.

De este crimen, además de las organizaciones que están en la Federación LFGBTI Salvadoreña y otro puñado que defiende derechos humanos, nadie más se ha pronunciado, ni siquiera el nuevo flamante Procurador de Derechos Humanos, ni el Fiscal General, ni hablar de los funcionarios del nuevo gobierno, tal parece que falleció alguien que no es un ser humano, alguien por el cual no vale la pena pronunciarse.

Desde sociedad civil es imposible no observar un enorme retroceso en la defensa de los derechos humanos de la población LGBTI, la extinta Dirección de Diversidad Sexual ya no existe y aún no se sabe qué hará la Ministra de Cultura con esa área; lo cierto es que nadie ha dicho nada por este crimen, al menos mientras escribo estas líneas, ni siquiera una tarjeta mandaron o flores a la familia, el director de la Policía ha sido otro que ha guardado silencio. Son estas circunstancias en las cuales siempre les decimos: ¿Acaso estamos pidiendo un trato especial? ¿Qué comunicados hubiera si la persona asesinada con ese lujo de barbarie fuera un periodista reconocido, un policía… más importante, qué le falta a este ser humano para ser tratado en igualdad? La esperanza de vida de la población trans es 35 años, Anahy fue asesinada a sus 27 años, cumple la estadística y será un número más junto al resto de asesinatos que han pasado en el absoluto silencio este año y el anterior a ese.

Las organizaciones anti-derechos –ellos se denominan provida– son otros que también se callan, porque la defensa de la vida la reducen a nacer más allá de eso no defiende la vida.

Ojalá en algún momento el presidente Bukele se acuerde de aquella reunión que tuvo con nuestro movimiento LGBTI y recuerde las promesas que hizo, en aquella ocasión cuando iba de candidato para la alcaldía de San Salvador, en lo que va de su gobierno hasta ahora nos ha demostrado que se ha olvidado de este grupo poblacional que es de los más vulnerables y que son asesinados con lujo de barbarie por personas que piensan que pueden quitarle la vida a un ser humano por su orientación sexual o identidad de género, que creen que tiene derecho a imponer su forma de vida a la de los demás y que se siente con la autoridad de torturar al que es diferente.

Otro crimen que va rumbo a la impunidad, al silencio, al olvido de un país que desde su presidente hasta el último ciudadano siempre hablan de Dios y se olvidan de la población LGBTI.