Fue una experiencia con varias sensaciones. Por una parte el malestar por lo engorroso del proceso, pero por otra parte la satisfacción de haber cumplido con el deber cívico. El domingo 28 de febrero fui parte de una Junta Receptora de Votos (JRV) porque siendo un ciudadano sin partido político resulté sorteado de manera “aleatoria” por el Tribunal Supremo Electoral.

En mi cuenta de Facebook, para generar ambiente coloquial, publiqué que había sido sorteado y recibí comentarios de felicitación y aliento hasta quienes se burlaban y sentían pena ajena por mí, lo cual me causó mucha gracia. Hubo un amigo cercano a un magistrado al TSE que se ofreció a hablar con él para desligarme de esa responsabilidad, pero desde luego no iba a renunciar a vivir de primera mano unas elecciones, aunque después me arrepintiera.

Los días 7 y 14 de febrero estuve en capacitación en un centro escolar, en donde al final nos dijeron que el 26 y 27 recibiríamos las credenciales en el INFRAMEN. Ambos días fui y los agentes de seguridad muy apenados me dijeron que cientos de personas habían acudido engañadas, pues ahí no habían mandado nada. Intenté llamar al TSE, pero era imposible. Nunca contestaron, como tampoco lo hicieron antes cuando necesitaba saber la logística. Los teléfonos del TSE o no existen o son un fracaso. Los capacitadores nos mintieron y el TSE falló. Nada se cumplió con los tiempos establecidos. Era mentira que los no partidarios íbamos a ejercer los cargos de presidente y secretario, pues los partidos se los repartieron con el aval de los representantes del TSE en cada centro de votación.

Nos habían dicho que apenas se cerrará el escrutinio comenzaría el conteo de votos con los equipos informáticos y nos dijeron que a las 11.00 de la noche habríamos terminado todo. Ingenuamente creí.

El domingo a las 4:30 de la mañana me hice presente al Centro Escolar José Simeón Cañas en el barrio San Jacinto de San Salvador en donde tenía asignada la JRV. Cuando llegué, había unas 200 personas haciendo fila para poder ingresar y a mí nadie me daba respuesta por mi acreditación. A punto de regresar a mi casa, un empleado del TSE me dijo que ya me tenían la credencial, pero que ya no iba a ser el presidente de la JRV sino el tercer vocal. Luego me ascendieron a segundo vocal porque no se hizo presente. Era el encargado de marcar el dedo de los votantes.

Entramos a las 5:30 a.m., los paquetes electorales los entregaron a las 6:00 y cerca de las 7:00 comenzamos a votar los integrantes de la JRE y los vigilantes partidarios. Uno de los vigilantes se acercó para preguntarme si no había problemas porque él iba a votar por el partido del presidente, aunque fuera vigilante asignado por un partido opositor. Me dio risa y le dije que el voto era secreto y voluntario, que él podía votar por quien quisiera. Otro vigilante escuchó y me dijo que él también votaría por el partido del mandatario, pero que seguía siendo de izquierda. Cuando se abrió el centro de votación se nos acabó la tertulia entre los miembros de aquella JRV. No hubo más de un minuto sin que hubiera votante. Mis compañeros de mesa y los vigilantes desayunamos cerca de las 11:00 a.m. El almuerzo se hizo casi a las 4.00 p.m.. Los partidos les llevaban comida, refrigerio y cualquier bocadillo. Yo era el único sin partido y escogido por el TSE, institución que no se preocupó por abastecer al personal que ellos habían “sorteado”.



Las filas de votantes nunca desaparecieron, hasta las 5:00 p.m., todavía había colas para entrar. En total en mi JRV hubo 385 electores, de las cuales unos 220 fueron mujeres y cerca de 165 hombres. Entre los votantes asistieron tres personas en silla de ruedas, una persona con retraso mental y una mujer no vidente. Por cada JRV podían asistir 700 votantes. En la mía aparecían al menos tres fallecidos por covid. El recuento, la elaboración de actas y el envío electrónico lo iniciamos a las 7:00 de la noche del domingo y lo terminamos a las 6:15 a.m. del lunes. Nos fuimos cansadísimos y ahí quedaron otras cinco JRV atrasadas. Cumplí con mi deber, mientras algunos celebraron con cohetes su victoria y otros lloraron su derrota. Acertada o no, es la decisión popular y se respeta. Es la democracia.