Estamos a la víspera de celebrar nuestros 200 años de la proclamación de la independencia, una fecha histórica que se nos ha inculcado desde la niñez con fórmulas líricas, banderas, y claroscuros que se centran en leyendas históricas con los nombres de algunos personajes que sobresalieron en aquel momento.

Pero también es bueno hacer un repaso de nuestra historia. Durante casi dos siglos hemos vivido temporadas tumultuosas políticamente hablando. Los conflictos, las dictaduras y la realidad ha sido vista como un péndulo político permanente. De ahí que ha sido difícil ponernos de acuerdo. Lo habitual es que los gobernantes llegan a empezar de cero y lamentar los tiempos perdidos. Por eso siempre se ha hablado de la necesidad de un gran acuerdo de nación.

Todos los países que han logrado el desarrollo han pasado por grandes traumas históricos. Estados Unidos y su guerra civil, Europa y las consecuencias de sus guerras mundiales, Japón, China, Corea del Sur e incluso naciones cercanas como Colombia o Chile.

Pero todos esos países decidieron hacer un alto en el camino y mirar hacia el futuro, convencerse de que es necesaria la unidad y la superación del pasado, para visualizar el porvenir de las futuras generaciones. Eso es clave para El Salvador. Esa convicción debe ser de todos los salvadoreños para tener un país unido y desarrollado, sin que su gente tenga que irse. El sueño del desarrollo, del progreso, de un país donde sus ciudadanos tengan buenos empleos, salud y educación, se construye paso a paso, pero con objetivos firmes, sin exclusiones de ningún tipo para dejar de ser “los tristes más tristes del mundo”, como decía Roque Dalton.