Nunca podré olvidar lo que sucedió en Las Colinas, esa colonia apacible de Santa Tecla donde la madre naturaleza se encargó de hacernos recordar nuestra vulnerabilidad. El terremoto de aquella soleada y fresca mañana del 13 de enero de 2001, provocó un alud de tierra que acabó con Las Colinas y soterró la vida y los sueños de miles de personas.

Acudí a Las Colinas la mañana siguiente del terremoto y me impactó lo que había sucedido. Era humanamente inexplicable en un inicio. Uno caminaba sobre un alud de tierra y lodo, sobre las casas, veía todo clase de enseres domésticos y personales regados por todos lados y los sollozos de aquellos que buscaban esperanzados a sus seres queridos, eran tan dolorosos que aún me da escalofríos recordarlos.

Yo nunca había vivido un terremoto, por azares del destino, nunca había pasado por esa experiencia, hasta ese día. Comprendí entonces la fragilidad de nuestras vidas, el afán inmenso de proteger a quienes queremos en un momento como ese y también aprendí a pensar que puede volver a suceder en cualquier momento.

En aquellos días recuerdo que hasta los más valientes tenían miedo. Era muy difícil encontrar serenidad porque nos tembló horrible por más de seis meses, incluyendo otro terremoto exactamente un mes después. Mi solidaridad para aquellos que perdieron a sus seres queridos o sus bienes hace 20 años.