El libro bíblico de Daniel refiere un recurrente sueño que agobiaba a Nabucodonosor, rey de Babilonia, que le llevó a auxiliarse de sabios, magos y toda suerte de encantadores que prestaban sus servicios a la corona interpretándolo y recomendándole qué hacer. Aun cuando el rey decía haber olvidado aquel sueño lo atormentaba su sensación, así que exigió a sus asesores que de la nada reconstruyeran aquella pesadilla y su significado, so pena de muerte ante el error. Solo el joven profeta Daniel fue capaz de recordárselo.

Una terrible gran imagen con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro y pies de barro cocido era el centro del tormento. El significado de aquello serían las divisiones del esplendoroso imperio que lo llevarían a la destrucción. Un periodo convulso de tres reinados en apenas seis años que culminó con el desastroso reinado de Nabónido y su hijo Belshazzar, condujeron al pueblo babilonio a una terrible hambruna, una profunda crisis de culto, dividiendo y confrontando a la sociedad para finalmente sucumbir ante la invasión y toma de la gran Babilonia por el rey Ciro al frente de los persas (539 a.C.).

La imagen de la cabeza de oro simbolizaba la arrogancia, megalomanía y soberbia humana; gobernantes caracterizados por la imprudencia, superficialidad, y el desmesurado ego; estructuras de gobierno montadas sobre una endeble estructura intermedia compuesta de metales inconexos de menor calidad, representando la fragilidad del poder debido a la incapacidad técnica, la falta de compromiso e idoneidad con los problemas de la gente y la prevalencia de intereses particulares por sobre el bien común.

El principal soporte, los pies de barro cocido, bien representan el clientelismo, la carcoma de la corrupción y la fragilidad de alianzas sustentadas en interese mezquinos, en una amorfa amalgama humana desprovista de un proyecto político.

Este modelo guarda relación con el régimen de Bukele, montado en la falacia mediática de una millonaria comunicación artificial y virtual, capaz de manipular y distraer por algún tiempo el estado de ánimo y las necesidades de una buena parte de la población; un hechizo que será difícil de sostener por mucho tiempo ante el derrumbe de una significativa parte del régimen, tras el desmoronamiento de las principales piezas de su equipo económico (Ministro de Hacienda, Presidente del BCR y la Superintendente del Sistema Financiero).

En todos estos casos hay severos cuestionamientos sobre la falta de requisitos y capacidad técnica de los funcionarios de reemplazo en las tres carteras. Esta debacle ocurre en un momento crucial, en el que la prioridad después de la crisis sanitaria es la reapertura, rescate del tejido económico y la reconstrucción de las capacidades productivas.

La fragilidad del “barro cocido” está en la profunda y desesperante crisis económica, falta de empleo e ingresos, creciente costo de la vida; además, la asfixia de 470,000 trabajadores agropecuarios agobiados por las deudas, la pérdida del valor de sus cosechas ante el negocio voraz de funcionarios de gobierno que desde sus empresas inundan el mercado con granos y lácteos importados, y la falta de pago a los productores de semillas, por el orden de los 19 millones de dólares. A esto se suma el estrangulamiento presupuestario a las municipalidades, a quienes dolosamente se les retrasa el desembolso del FODES, con perverso interés electoral de impedir que culminen sus obras comunitarias a las puertas de las elecciones.

La creciente movilización de sectores también erosiona la base del régimen: adultos mayores, desmovilizados y veteranos de guerra que no reciben su pensión, jóvenes becados sin estipendio, comunidades protestando por falta de agua potable -lucha que ya tuvo la fuerza de tumbar al presidente de ANDA por incapaz- así como trabajadores de los órganos judicial y legislativo sin salario, como mecanismo de venganza política del ejecutivo.

Mientras, ha quedado claro que el régimen durante la pandemia no recibió un centavo partido por la mitad sino que recibió más de mil millones de dólares para enfrentar la emergencia sanitaria, de los que aún no da cuentas.

¿Dónde está el dinero? Es la pregunta de orden y las respuestas son el pantano en las que terminarán de hundirse los pies de barro cocido de este gobierno.