El añil es un colorante natural parte del legado histórico-cultural y socioeconómico de Mesoamérica. El territorio del actual El Salvador se especializó en la producción del jiquilite y el colorante se enviaba a Europa.

A inicios del siglo XIX la Provincia de San Salvador todavía estaba marcada por el azul del añil, un tinte valioso que se producía a gran escala a partir del procesamiento del jiquilite, una planta de la que se extrae un pigmento natural que ayudó a colorear el mundo antes de la producción industrial.


Las plantaciones y los obrajes comenzaron a proliferar tras la conquista en el actual El Salvador y era tan alto su peso en la incipiente economía de la Provincia que prácticamente se mantuvo como un monocultivo entre el siglo XVI y hasta finales del XIX, cuando el auge de otro, el café, terminó desplazándolo.


La historiadora María Eugenia López dice que desde el siglo XVII el Pacífico de Centroamérica era clave para la producción y que el territorio que actualmente se conoce como El Salvador logró especializarse. “El añil viene de una planta que es muy agradecida, crece aún en condiciones agrestes (...) las tierras de Sonsonate, San Salvador y en especial parte oriental del país era la mayor productora de añil en toda Centroamérica”, dice la investigadora y autora.




En el caso de las comunidades autóctonas estas tenían una actividad autónoma que se dedicaba la mayor parte de su tiempo a trabajos propios (en el campo), para la producción de maíz, frijol, cacao, verduras y legumbres.

Carlos Gregorio López Bernal, historiador, docente e investigador de la Universidad de El Salvador, explica que cerca de los años de la independencia de la corona española, en el Reino de Guatemala, la Provincia de San Salvador era la de más dinamismo económico porque se había especializado en producir y procesar el jiquilite.


Agrega que, a partir de su producción, el polo económico de la región de la época no era San Salvador (sede del poder político), sino las áreas de cultivo de San Miguel y San Vicente. En los años de más auge, se estima que el actual territorio salvadoreño llegó a contar con más de 6,000 obrajes, mientras que el colorante fue el principal producto de exportación hasta 1872, cuando fue desplazado por el café, 51 años después de iniciada la vida independiente de Centroamérica.


Pese a su peso relativo en la economía la comercialización del añil era un negocio de pocos, de élites, que tenían que lidiar con un complicado esquema de ventas. “Como no existía libre comercio, sino que era un comercio controlado, ahí había problemas por que el comercio del añil era intermediado por guatemaltecos y había una tensión constante entre los intereses entre la élite guatemalteca y la ‘sansalvadoreña’”, dice López Bernal.


Destaca que los sansalvadoreños que administraban los cultivos consideraban que eran explotados porque obligadamente tenían que hacer negocios con comerciantes quienes “se quedaban con la mejor tajada”.




Durante el siglo XVII y XVII, y todavía en el XIX, todo el Pacífico de Centroamérica tiene económicamente un producto vital para el comercio al exterior: el añil (...) las tierras de Sonsonate, San Salvador y en especial parte oriental del país era la mayor productora de añil en toda la región”. María Eugenia López, doctora, investigadora y miembro de la Academia de Historia de El Salvador



El historiador Carlos Cañas Dinarte explica que hasta finales del siglo XIX el añil era “ la tinta que pinta al mundo de azul”. El investigador salvadoreño -radicado en Barcelona, España- dice que el uso del pigmento era básico para teñir la ropa, pero sostiene que el problema se dio, en parte, cuando los ingleses se llevaron el añil y lo aclimataron en la India.


“Fue entonces cuando se acabó la industria de exportación”, dice.


Agrega que el peso que tenía el cultivo se marca por obrajes en la zona del Sitio del Niño y Quezaltepeque y que deja ver parte de su esplendor por las obras que el comercio del mismo dejó en San Vicente donde ayudó a construir la Iglesia del Pilar, uno de los iconos de la ciudad.


Sin embargo, el negocio era dirigido por pocos. María Eugenia López explica que por lo general la paga por los trabajos era mala y en parte esto tenía su origen en la cadena de exportación del pigmento, la cual necesitaba de las élites guatemaltecas para el envío al Viejo Mundo.


“Era un problema económico para nuestra región por que quienes se quedaban con la ganancia eran los comerciantes de Guatemala y los de San Salvador tenían que pagar mano de obra muy barata para tener sus réditos”, detalla la investigadora.


Sostiene que cuando hay intermediaros el comercio “se distribuye” y que los campesinos, desde esas épocas, tenían el problema de que los dueños de los obrajes buscaban pagarles lo menos posible para que quedaran ganancias, algo que sostiene “quedó establecido y hasta hoy en dia tenemos esa mentalidad”.


Los terratenientes de la época se apoyaban en la producción con la mano de obra comunidades nativas y de afrodescendientes, pero el auge del cultivo fue tan importante que también atrajo a trabajadores de otras ciudades de la región.


López destaca que esto ayudó a transformar comunidades al grado de que los registros de reflejan que esto provocó que el territorio se consolidara como una de las zonas con mayor densidad poblacional.


El cultivo del jiquilite y su procesamiento en añil atrajo a habitantes del actual territorio de Guatemala, Honduras y Nicaragua, estos últimos eran principalmente de descendencia africana -específicamente mulatos- Nicaragua era además un socio clave, ya que era el origen de los zurrones, los bolsos de piel en los que se embalaba la producción del añil.




El añil desplazó al cacao, este perdió fuerza años después de la independencia. La producción de jiquilite y su procesamiento sucumbió, en parte, por la introducción del monocultivo del café.

“Días de plaza”, una foto del comercio que aún persiste


El historiador Carlos Gregorio López Bernal detalla que pese a la relevancia del añil el grueso de la población de la época de la independencia vivía de la producción de cultivos de subsistencia. “Tenemos un problema nosotros pensamos añil y pensamos café (monocultivos) y con esas cosas no se come mucho. Hay que pensar en el consumo diario”, valora.


En el día a día, sostiene, la población del territorio del actual El Salvador vivía de actividades cotidianas varias de ellas sobreviven incluso 200 años después y se ven reflejadas en los mercados municipales en acciones populares como el día de ventas para los pequeños productores.


“El comercio no era muy diferente de lo que hay hoy en día. En realidad vemos que la actividad económica y el comercio entre nosotros tiene escalas, desde la producción muy local -que uno puede encontrar en los poblados-, hay un mercado incluso un ‘día de plaza’”, detalla.


La tradición del “día de plaza” viene de la época colonial, una jornada donde los microproductores llegan a vender los productos de sus cosechas de cereales, verduras, legumbres e incluso de granjas, algo que en mercados del interior revive los martes, jueves y domingos.


El historiador dice que hay que pensar en el consumo diario y en un importante demanda de cereales (como en la actualidad), también explica que había producción ganadera la que “no era poca cosa”, ya que era extensiva, aunque poco tecnificada.


Por otro lado, había localidades que habían despuntado en otros rubros como la producción artesanal.