Venezuela tiró este domingo una palada de tierra más a la tumba de su democracia luego que el régimen de Nicolás Maduro organizara unas elecciones fraudulentas, sin participación de la oposición y en unas condiciones propias de una dictadura.

El régimen busca así quitarle reconocimiento internacional a la Asamblea Nacional electa y que preside Juan Guaidó, reconocido internacionalmente como gobernante legítimo interino del país sudamericano por medio centenar de países, incluyendo El Salvador.

Primero Chávez y ahora Maduro han consolidado una dictadura basada en la división y el odio, en atropellar todas las libertades públicas y derechos individuales y en mantener con hambre al pueblo con una política del garrote y la zanahoria. Eso ha provocado el éxodo de millones de venezolanos, presos políticos y un país hundido en la más absoluta miseria pese a sus riquezas naturales.

Las elecciones de este domingo solo serán reconocidas por regímenes afines como el de Cuba o Nicaragua en América Latina, o por gobiernos autoritarios como el de China, Rusia o Irán seguramente, que por cierto son acreedores poderosos del régimen de Maduro.

Lo peor de Venezuela es la normalización de los abusos y atropellos a la democracia, al control absoluto del régimen sobre los demás poderes del Estado y las Fuerzas Armadas, convertidas en guardia pretoriana, brazo partidario de Maduro. Son situaciones en las que todo país debe verse en ese espejo para evitar caer en semejante barbarie y sus consecuencias. Por eso la democracia hay que defenderla con todas las herramientas que el mismo sistema, no acomodarse ni conformarse, mantener el balance de poderes, una justicia independiente, una rendición de cuentas y una prensa libre son fundamentales para preservar y defender la democracia en cualquier país. Eso fue lo que destruyeron en Venezuela.