Tras los contundentes resultados de las elecciones del 28F, es vital caracterizar el nuevo periodo político y reparar en los efectos que padecerá la sociedad a partir del primero de mayo cuando se instale la nueva legislatura. Desde las dictaduras militares del siglo pasado El Salvador no vivía una circunstancia en la que un partido político tenga por si solo la mayoría calificada en la legislatura, un poder omnímodo sobre todos los órganos de Estado, permitiéndole imponer a su antojo Corte Suprema de Justicia, Concejo de la Judicatura, Fiscal General, Procurador General y de Derechos Humanos, Corte de Cuentas, TSE; sumando el control de la guillotina para montar antejuicios, o cualquier suerte de presión a quienes no se sometan.

No es posible atribuir a una sola razón al resultado electoral. Es reconocido el agotamiento electoral de los partidos de oposición, principalmente del FMLN, un deterioro notorio desde los comicios de 2018, profundizado con la elección presidencial de 2019, hasta llegar a lo que podría ser el fondo de la crisis del tradicionalismo partidista este 28F reconfigurando el sistema de partidos.

El análisis sobre los partidos amerita una reflexión particular. Probablemente la causa principal sea la incapacidad de Arena durante cuatro periodos, y del Frente en una década, para lograr cambios estructurales que se tradujeran en mejores condiciones de vida para una sociedad ávida de bienestar, que día a día sueña y se ve en el espejo de las oportunidades de la diáspora. Por lo tanto el voto de la gente puede estar alentado en la desesperada apuesta de obtener resultados inmediatos en el encantador discurso de Bukele.

En términos de guerra político-electoral, la estrategia de Bukele será pieza de largo estudio, sobre todo por la manipulación de la expectativa y la esperanza. En cualquier sociedad democrática sería muy difícil implementarla, por estar fundamentada en el abuso descarado de los recursos del Estado con fines proselitistas, la obtención de millonarios recursos de campaña de los que se desconoce el origen (lícito o lícito), la abusiva prevalencia del cargo desde el presidente hasta sus ministros, todo en franca violación a las más elementales leyes de competencia electoral.

Bukele tendió una espesa cortina de humo denunciando un presunto fraude tecnológico desde el TSE para impedir su victoria, infundada denuncia que nunca comprobó; mientras, el verdadero fraude lo ejecutaba su régimen con el mayor programa de clientelismo electoral. Aprovechándose de la pandemia, arbitrariamente cerraron miles de empresas, generaron desempleo y necesidad, luego esas familias hambrientas y aturdidas después del sometimiento al terror de la desinformación sobre la pandemia y forzadas a cuarentena, fueron traspuestas a la celeste luz del reparto de centenares de millones de dólares a razón de trescientos dólares por familia y a la entrega de generosas bolsas de comida, pagadas (o por pagar) con los mismos impuestos.

A esa campaña se sumó la ilusión del hospital (que nunca fue) el más grande moderno y cool de América, el regalo de modernas viviendas a todos los damnificados (solo fueron 200), el anuncio de un paquetazo de un millón doscientas mil computadoras full internet para estudiantes y maestros (entregaron un lote nada más), una moderna carretera y bypass al Puerto de la Libertad (obra ajena); y un vasto despliegue mediático de vacunación contra el Covid19 (menos de 20000).

El lado oscuro de su campaña fue el odio y polarización, el cierre del financiamiento durante nueve meses a las municipalidades, así como a la campaña al que por ley tienen derecho los partidos políticos.

El omnímodo poder político alcanzado por Bukele le puede servir también para impulsar y ratificar amplias reformas constitucionales, reformar leyes como la de Integración Monetaria, suspender garantías constitucionales, concesionar la explotación de recursos y obras públicas, establecer asocios publico privados, aprobar emisión de deuda, reformar el sistema de pensiones, privatizar activos públicos, entre otros.

Sin una oposición partidaria fuerte la labor de contrapeso corresponderá principalmente a las organizaciones de la sociedad civil, a la prensa independiente al movimiento social y comunitario. Con su poder omnímodo hoy depende de Bukele cumplir su oferta de mejores salarios, resolver la crisis de agua potable, reformar el sistema de pensiones, asegurar empleo al menos para los jóvenes, restablecer al menos los cuarenta programas sociales y resolver la falta de vivienda digna. Veamos si es capaz, ya no hay pretextos.