Evidentemente hay un patrón de agresiones sexuales que está en el ambiente salvadoreño, donde las principales víctimas son niñas y niños, y cuyo papel de las autoridades ha sido nulo o ausente, dado que las estadísticas de partos en niñas menores de edad son elevadas versus el número de hombres condenados por violación o agresiones sexuales; esto implica que las autoridades no tienen en el radar un programa de atención a víctimas que han sido abusadas sexualmente, ni tampoco hay un mecanismo de información y denuncia que al menos disuada a estos desalmados que no les importa arruinar la vida inocente de una niña o niño.
Ante esta falencia gubernamental, es importante que cada hombre y mujer se conviertan en guardianes de niños y niñas, independientemente si son familia o no; al primer momento de duda en la que haya conocimiento que una niña o un niño están siendo abusados sexual o psicológicamente, se tiene la obligación moral de intervenir, y si por razones físicas se imposibilita, entonces se tiene la alternativa de hacer la denuncia ante la Policía Nacional Civil, para detener de raíz esta plaga de delincuentes y enfermos sexuales que solo buscan satisfacer su retorcida concepción de la sexualidad que se lleva de encuentro a familias enteras.
Está claro que esta plaga de enfermos sexuales, que por cierto se ha venido incrementando, no solo se mueve con niños y niñas, también tienen su accionar en empresas, en medios de comunicación, en iglesias, en sindicatos, en universidades y en oficinas públicas, donde acosan y fustigan a su víctima, debido a la posición de autoridad que tienen; con base a ello, extorsionan sexualmente a cualquier persona que tenga necesidad de su empleo, de manera que son cobardes porque se aprovechan de esa vulnerabilidad para darle rienda suelta a la oscuridad mental que los gobierna.
Lo que es preocupante es que estos enfermos sexuales están diseminados por todo el país, como una plaga que no da tregua a sus bajos instintos, siempre andan en búsqueda de la siguiente víctima; por ello debemos estar alerta, porque el enemigo sabe colarse entre los ciudadanos honestos, y al final del día ignoramos si hemos conversado con alguno de ellos o quizá, sin querer, hemos introducido a nuestros hogares a estos depredadores sexuales, ya que hay historias de hijos e hijas a quienes su propio padre les han violado; padrastros que se han aprovechado de sus hijastros, por el hecho de que proveen. Asimismo, tíos que no les han importado los lazos sanguíneos y han violado a sus sobrinos; abuelos abusando de sus nietos, aprovechando la ausencia de los padres. Es decir, que el depredador sexual puede ser cualquier persona; por ello no debemos confiar en nadie y cuidar a nuestros hijos de todo peligro; debemos aprender a escuchar al niño o niña, cuando dice que está siendo abusado o tocada, porque hay padres que han ignorado el grito de ayuda de su hijo o hija cuando les han comentado sobre el abuso de algún adulto.
Así que la castración química para estos depredadores sexuales quedaría pequeña con base al horror que provocan a un menor de edad.
En suma, los diputados deben crear una ley especial contra la violación y agresiones sexuales en menores, en lugar de estar poniendo parches al Código Penal; cerrar así los espacios de estos depredadores sexuales, y elevar el delito a lesa humanidad en la que se impongan penas severas y se exhiban públicamente a estos malhechores con la castración química, porque estos delincuentes no tienen temor de arruinar la vida a toda una familia.