Las relaciones diplomáticas y consulares con el pueblo y gobierno de los Estados Unidos de América, tienen un larga data para los salvadoreños. Y dentro de ese largo período surgieron momentos críticos, donde prevaleció primero el armónico respeto entre aquella gran potencia mundial y nuestro pequeño país, que redundó en soluciones pacíficas y sin llegar a extremos de proferir insultos, acusaciones infundadas o lanzar frases confrontativas de ninguna de las partes, que nos hizo derivar en resultados benéficos tanto para quienes se marchan al Norte, en busca de nuevos horizontes, o para que se realicen inversiones productivas por parte de industriales y empresas comerciales estadounidenses, de cuyas actividades también se perciben resultados muy buenos para la economía nacional y, además, para que nuestro Fisco reciba ingresos tributarios muy significativos, mismos que mueven exitosamente la máquina estatal salvadoreña.


Por supuesto, en el trajinar histórico, de vez en vez surgen condiciones que no son del agrado de alguna de las partes o que, posiblemente, afectan de alguna forma, la relación armónica. Esto lo vimos desde los lejanos días de la recién obtenida independencia de la tutela española, cuando surge en México un Emperador, Agustín Iturbide I, quien soñaba con anexar las provincias de Centroamérica al yugo imperial que le habían forjado sus servidores. De hecho, algunos políticos del Istmo alimentaron gustosos las intenciones advenedizas de Iturbide, excepto los próceres salvadoreños que, comandados por el general Manuel José Arce, fundaron el Ejército Nacional para oponerse en épicos combates, a las tropas invasoras. Mientras tanto, una comitiva salió en carruaje, con rumbo a los Estados Unidos, específicamente, para el Congreso de la Unión y solicitar aceptaran a El Salvador como un Estado más de aquella fértil patria de Washington, Jefferson y otros manes más. El fin de la invasión azteca, la derrota y fusilamiento de Iturbide y otros hechos. no hicieron posible la intención de unirnos desde 1822 a nuestra actual y mejor aliada estratégica.


Sin embargo, hacia 1912 y años subsiguientes, los estadounidenses consideraban que en el Golfo de Fonseca, ellos podrían construir una base naval de gran alcance y poder bélico, caso de una sorpresiva invasión o ataque a su territorio, partiendo desde el Océano Pacífico centroamericano. Sin considerar que este Golfo es una “Bahía Histórica”, o sea, en términos de Derecho Internacional, una porción marítima en copropiedad de dos o más naciones y no de una sola, pactaron solamente con el gobierno de Nicaragua, que les donaría el Golfo mencionado para su base proyectada. A ese pacto se le conoció como el “Tratado Bryan-Chamorro” y al salir a luz tal proyecto, fuimos nosotros, los salvadoreños, entonces bajo el gobierno de uno de los hermanos Meléndez, que denunciamos (o sea, nos opusimos legalmente) ante instancias internacionales y evitamos que tal Tratado se llevara a la práctica y para 1932, cuando estalla la rebelión de núcleos indígenas en la zona occidental, bajo el mando de un exestudiante de leyes, Farabundo Martí, según narra el autor estadunidense, Thomas R. Anderson en su libro “El Salvador.1932”, el gobierno americano ofreció ayuda militar y buques de guerra al general Maximiliano Hernández Martínez para sofocar esa rebelión, y el futuro dictador salvadoreño, (ya se perfilaba que lo sería) rechazó tal ofrecimiento y eso sin faltarle el respeto a los estadounidenses.


Dentro de ese devenir de sucesos, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt lanza la iniciativa de que cada país del continente americano, construyera su parte correspondiente de un proyecto vial de gran alcance y dimensión que llamó “Carretera Panamericana”, aún gobernaba Hernández Martínez, quien utilizando obreros (que eran reos de penales), a los cuales se les daba alimentación y una paga quincenal, logró que El Salvador fuera la primera nación latinoamericana en construir su porción de la carretera continental que, en nuestro caso, fue bautizada con el nombre del mandatario estadounidense y la cual perdura hasta los días actuales.


Y podría comentar otros eventos de nuestros aliados estadounidenses, donde los salvadoreños, unas veces nos mostramos afirmativos y otras veces, opuestos, pero conservando indisolubles los lazos de amistad y cooperación mutuas, sin menoscabo de nuestra soberanía y sin convertirnos en ningún “patio trasero”, como afirma nuestro actual mandatario Nayib Bukele, dejando entrever que lo hemos sido en épocas anteriores y que, solo con los dos hechos que dejo consignados desmentimos completamente las afirmaciones dadas recientemente y dichas en tono agresivo, que en nada abonan a las buenas relaciones ni ayudas que podamos recibir de los buenos amigos vecinos del Norte, donde permanecen y trabajan miles de compatriotas y cuyas remesas alcanzan un porcentaje elevado en favor de nuestra economía. Un factor que parece olvidar el gobernante y que redunda en beneficio directo de muchísimas familias del país.


Confiamos en el buen tino, inteligente, mesurado y conciliador, de quienes ocupan cargos en el actual gabinete, para que la actitud hostil contra Estados Unidos de América, que percibimos de nuestros dos gobernantes actuales y de otros funcionarios, se suavice muy pronto y que, poco a poco, desaparezca del contexto de discursos muy dañinos.