Si usted no ha visto la protesta denominada “Un violador en tu camino”, creada el año pasado por el colectivo feminista “Las Tesis”, durante las manifestaciones ciudadanas que hubo en Chile, el título de esta columna probablemente no le suene familiar. Se trata de una actividad que denuncia la violencia en contra de las mujeres, la cual se viralizó de forma muy rápida, a través de vídeos compartidos en redes sociales en todas las culturas y continentes; probablemente porque, además de su ritmo, su coreografía llena de simbolismo y la letra del coro que sirve de título a este texto, “Las Tesis” abordan un problema mundial (https://www.youtube.com/watch?v=ZLKNWIrj8Lw).



La coreografía acompañada de una canción con una letra muy explícita para denunciar la violencia en contra de las mujeres en distintos espacios y por parte de distintos actores, así como la impunidad que en muchos casos la acompaña, nació en Chile, pero en pocos días salió del continente americano y fue replicada en diversos países de Europa, Asia, África y Oceanía, en distintos idiomas y hasta en lenguaje de señas. Hay algo en la letra de la canción y en el simbolismo utilizado que resonó en el planeta, haciendo que las mujeres de muchas partes, culturas e idiomas se sintieran identificadas y retomaran prácticamente la misma coreografía con la misma letra. En El Salvador, algunas estudiantes de la UES recrearon “Un violador en tu camino” para denunciar la violencia que ocurre en el país.

La protesta original y sus múltiples versiones, denuncian la gravedad, la falta de acciones contundentes, la indiferencia y la invisibilización de la violencia en contra de las mujeres, pero, sobre todo, denuncian las reacciones de las personas que ante hechos de violencia sexual, tienden a culpar total o parcialmente a las víctimas. El vídeo resultó chocante para muchas personas por distintas razones, pero lo más sorprendente fueron las reacciones tan viscerales que detonó en muchos hombres también de todas las culturas y países. Por razones que sociólogos y psicólogos podrían explicar mejor que yo, cantidades de hombres en todas partes del mundo, rechazaron su contenido, con enojo, con burla y hasta con expresiones de violencia hacia las mujeres, tildando a las participantes en las protestas de feminazis, locas, histéricas, exageradas, entre otros insultos.

En lo personal, he tenido la fortuna de nacer, crecer y vivir en un entorno familiar libre de machismo, por lo que se me escapan por completo las razones por las cuales hombres de tantas culturas diversas se sintieron afectados por este vídeo, como si se les estuviese señalando directamente con nombre y apellido. La violencia en contra de la mujer es un problema grave, es global y a la fecha no recibe la atención que amerita. Por eso sigue siendo importante visibilizarlo, denunciarlo, a veces hasta con gritos, porque existe un enorme dolor que necesita ser sanado.

Una de las tantas formas para contribuir a aportar soluciones es dejar de culpar a las víctimas. Son frecuentes las ocasiones en las que hemos escuchado: ¿Para qué fue a ese lugar? ¿Vieron cómo andaba vestida? ¡Se lo buscó! etc.

Lamentablemente esta manifestación del machismo que termina justificando al agresor o minimizando su culpabilidad, no siempre es reconocible a primera vista. Hay ciertos casos en que la persona machista es visible desde el espacio ultraterrestre, pero hay otros, en que la persona ni siquiera está consciente de que es machista hasta que es confrontada a una víctima de violencia sexual y de su boca o en sus escritos se escapan palabras que culpan a la niña o a la mujer, incrementando el sufrimiento al cual ya ha sido expuesta.

Esto debe cambiar y debería cambiar rápido. Nadie sale a la calle, ni va a una fiesta para ser violada o ser agredida. La culpa no es de la víctima, ni dónde estaba, ni cómo vestía.

Si ustedes no son agresores de mujeres, no se sientan amenazados ni aludidos por los movimientos que denuncian la violencia en contra de la mujer. Si tienen madre, hermanas, esposas, hijas, amigas, o compañeras que les importan, traten de abrir los ojos a la violencia que no ven, pero que está allí. Traten de ser parte de la solución, dejando de lado que la indiferencia es un lugar muy cómodo para vivir. En todo caso, si no ayudan, por lo menos no sean piedra de tropiezo para quienes sí queremos contribuir a eliminar la violencia en contra de niñas, adolescentes y mujeres, sobre todo en un país en el cual las estadísticas al respecto son para quitarle el sueño a cualquiera.