El Callejón de los Estévez, una calle polvosa de Chalchuapa. / F. Valle


El callejón de los Estévez es una calle polvosa, larga cuya única fama previa era que las parejas llegaban “a amontarse” hace muchos años. El callejón está en las cercanías del cementerio de Chalchuapa, en el barrio Apaneca, por ahí cerca se va a las ruinas de El Tazumal.

En esas calles polvosas creció Hugo Ernesto Osorio Chávez, el expolicía de 51 años que hoy es acusado de ser un asesino en serie, el eje de una investigación criminal inédita en El Salvador.

El callejón de los Estévez está en un vecindario casi rural, rodeado de un cañal, cerca de La Orellana, otra colonia que se construyó en un antiguo cafetal, camino a El Cuje.

Todo ocurrió en ese callejón, cerca de un taller de mecánica y en un vecindario donde residen varios agentes de la PNC, según comentan los pobladores, “hasta un sargento vive por ahí”, nos cuentan casi murmurando.

“Hugo era como diez años menor que yo, pero me acuerdo bien de él”, relata un habitante de Chalchuapa que accede a contarnos algunos detalles pero bajo la condición del anonimato, algo bastante común en ese municipio de Santa Ana estos días.

A Hugo lo recuerdan como pendenciero, era el peleonero de la esquina cuando era cipote, dice este poblador.

Otro vecino más joven nos relata que jugaba fútbol, que invitaba a beber y reconoce que era “bueno a los cachimbazos”.

Nadie le conoció oficio después que dejó las filas de la Policía Nacional Civil hace como una década.

“En aquella época que se hablaba que había depuraciones de la PNC, en esa época lo sacaron”, recuerda otro vecino. En el vecindario se repetía la historia que lo habían sacado “por acosador sexual o algo así”.

Fue en aquellos días que agarró la casa donde se han encontrado los restos de sus víctimas. Entonces dejó la casa de su madre, una mujer que recuerdan como trabajadora, que vendía tortillas y era vendedora informal en el mercado del pueblo. La madre ya habría fallecido.

Jamás se le conoció mujer o hijos.

Entonces Hugo y su hermano se volvieron conocidos coyotes, traficantes de personas. El hermano era el que hacía los viajes y Hugo era el reclutador, aseguran en Chalchuapa.

“Publicaba su número en una parada (de buses) cerca del cementerio, ahí ofrecía viajes a Estados Unidos”, nos cuenta una señora que mira para el suelo y habla con temor.

Ahí empezó entonces a hablarse de Hugo como un tipo raro y ahora con las noticias de las fosas en su vivienda, la gente empieza a atar cabos.

Por aquellos días había un cipote que la gente identifica como “Mario”, que se desapareció. Era un muchachito abandonado por la familia y que muchos vecinos le daban unos centavos por hacerles los mandados.

“Mario llegaba donde jugábamos fútbol allá en la canchita por La Cruzadilla y jodía, se burlaba de la gente, pero un día de tantos desapareció y nadie supo más de él. A lo mejor este Hugo lo desapareció”, comenta un vecino.

También ahora le atribuyen la extraña desaparición de un joven guitarrista de la iglesia y de otros conocidos del pueblo que nunca más volvieron a ver.

Todos lo recuerdan como un tipo callado. “Era un chero común y corriente”, no usaba armas de fuego y tampoco se veía como un sujeto amenazador o de expresiones violentas.

Llegaba a una tienda del vecindario y siempre pedía gaseosa con pan dulce. A veces, cuando la señora de la tienda estaba ocupada, hasta lo dejaba entrar para agarrar lo que necesitaba, era como de confianza, conocido.

“Él inspiraba confianza, tenía verborrea”, dice otro vecino.

 

¿Y los crímenes?


Lo extraño para los pobladores de Chalchuapa es que nadie recuerda haber visto entrar a nadie a la casa del horror del callejón Estévez.

“A lo mejor como le gustaba invitar a beber a la gente, los embolaba y les echaba algo”, conjetura un vecino.

Y es que nadie le tenía miedo. Algunos recuerdan que además de beber, tenía fama que “fumaba monte”, pero nada más.

- ¿Y los cómplices?, preguntamos en el vecindario.

Y ahí las respuestas varían un poco más. Algunos describen a un par de ellos como “picarazos”, capaces de cualquier cosa. Se habla de otros integrantes de una misma familia que eran “relativamente sanos” y a la gente le extraña que se hayan involucrado en los crímenes.

“Todos los cómplices son del vecindario, amigos de la infancia algunos, cuesta creerlo”, admite un vecino.

Ahora se conjetura también que Hugo pudo haber asesinado también a su hermano, el coyote, por un pleito de $7 mil que le había cobrado a un joven estudiante de tercer año de Medicina para llevarlo ilegalmente a Estados Unidos. De ahí la gente relata una trama que en parte coincide con lo revelado por las autoridades y en partes se le agrega al cuento.