“Como presidente transformó la política de su país y alentó una polarización radical en la sociedad. Pionero de una nueva derecha en la región, líder popular, enemigo de los acuerdos de paz…” Ese perfil publicado por El País, no es de quien probablemente usted cree. No es Nayib Bukele sino de Álvaro Uribe, presidente colombiano del 2002 al 2010; fue reelecto en el 2006, tras lograr reformar la Constitución. Antes, a sus 30 años fue alcalde de Medellín; después fue gobernador de Antioquia.

Bukele, por su parte, con 31 años ganó en el 2012 en Nuevo Cuscatlán. Luego en San Salvador. En ambos casos lo postuló el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que lo promovió primero y luego lo expulsó; después, Bukele contribuyó mucho para que hoy ese que fue la quizás más poderosa guerrilla en América y una maquinaria electoral en la posguerra esté en el peor momento de su historia, posiblemente condenado al ostracismo político.

Disidente del Partido Liberal, Uribe compitió en las elecciones del 2002 montado en el movimiento “Primero Colombia”; ganó en primera vuelta, con el 53 % de los votos. Tras su salida del FMLN en octubre del 2017, Bukele impulsó “Nuevas Ideas” y se montó en el partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) en el 2018, no obstante haber dicho ‒en diciembre del 2016‒ que nunca lo verían en sus filas pues su “corazoncito” estaba “al lado izquierdo”. En el 2019 ganó las presidenciales, con el mismo porcentaje de votantes que Uribe.

Dentro del referido perfil de este último, publicado en el periódico español, se asegura que la mayor parte “de los relatos suelen coincidir en una idea que sirve para arrojar luz sobre su personalidad, sus obsesiones y su carrera, ahora al frente del partido del Gobierno, el Centro Democrático: la construcción de la figura de autoridad”. En el caso de Bukele, para muestra un botón: remitámonos a sus primeros días como presidente.

El 11 de junio del 2019, recién ocupado dicho cargo, le entregaron el bastón de mando como comandante general de la Fuerza Armada. Entonces finalizó su discurso haciendo jurar a la tropa presente cumplir sus órdenes; además “tener disciplina, honor”… ¡hacia él! Antes les pidió comprometerse “a defender la patria de las amenazas externas e internas, de los enemigos externos e internos y a llevar a la “Fuerza Armada a ser más gloriosa de lo que siempre ha sido”. ¿Cuáles serán esas amenazas y esos enemigos? Ahora ya se sabe. Lo de la siempre gloriosa Fuerza Armada, da para otra columna.

Se dice de Uribe que desde el 7 de agosto del 2002, al iniciar su primer período como mandatario, generó “con los medios y con su actividad en redes sociales una imagen de sí mismo como padre protector, y millones de colombianos le creyeron. Pero esa representación no nació con su llegada a la presidencia, sino que fue construyéndose desde los orígenes de su vida pública”. ¿Se podrá decir lo mismo de Bukele? Pensaría que sí. Pero ‒como apunta el inigualable Pedro Guerra‒ ese es “el poder de las verdades dobladas”, el “que nunca abraza a los que pueden pensar”, el “que compra y vende la vida”, el “que nos obliga a engañarnos”.

Ese es el poder que hoy rebalsa en nuestra tierra y derrama autoritarismo sobre una subordinada burocracia que lo imita, propiciando que dentro de esta exhiban sus integrantes una prepotencia burda mezclada con intolerancia extrema; que nos hagan contemplar ridículas mamarrachadas, como la protagonizada por el director de Migración y Extranjería, Ricardo “Papelón”, en medio del escrutinio final de las recién pasadas votaciones; que se fomenten los vulgares e impunes ataques misóginos, hasta en la víspera del Día nacional e internacional de la mujer.

Autoridad viene del latín “augere”, que significa “hacer crecer”; lo contrario es lo que estamos presenciando hoy en el país. Contra eso es que estamos y estaremos resistiendo. Por tanto, habrá que buscar la forma de lograr que lo que ahora ocurre nos haga reinventar el poder popular que alguna vez existió y que se debe hacer crecer de nuevo.

PD: Uribe estuvo más de dos meses en detención domiciliaria; un juez decidirá qué sigue.