Este fue el último mensaje que envió en vida y desde su teléfono móvil la agente Carla Ayala. Lo recibió su colega Yeny de los Ángeles Salguero, cerca de la medianoche del viernes 28 de diciembre de 2017. Esta última, la había estado esperando durante cerca de media hora en la comandancia de guardia del extinto “Grupo de Reacción Policial” -más conocido por sus siglas “GRP”- luego de una fiesta navideña que se había extendido desde las seis de la tarde.

Ambas agentes policiales eran compañeras de trabajo en la “Unidad de Investigación Disciplinaria” de la PNC. Ambas asistieron a esa fiesta navideña, a pesar de la orden impartida días antes por el entonces jefe de la Subdirección de Áreas Especiales Operativas, en la que indicaba que a la misma solo podrían asistir los miembros del GRP y sus familiares más cercanos. Por cierto, el responsable de dicha orden fue el comisionado Mauricio Arriaza Chicas, actual director general de la corporación y cuya línea de mando alcanzaba en aquella época hasta al mismo jefe de aquel grupo élite.

Durante 26 minutos no se sabe que fue de la agente Carla Ayala al interior de esa sede policial, su colega la esperaba tras recibir el mensaje anterior e intentó comunicarse con ella varias veces, hasta que poco después de la medianoche, la vio salir en un pick-up policial, en el que se conducían dos policías uniformados en la parte delantera y también el que sería su asesino: el agente Juan Josué Castillo, alias “Samurai”, cuya presencia al interior del vehículo, en ropa deportiva, obviamente armado, y borracho, según varios testigos, no fue consignada en el libro de registro que para tal efecto, se lleva en el portón entrada de cualquier sede policial.

Lo que sucedió a continuación en el trayecto seguido al menos tres veces desde la zona sur, hacia la zona norte de San Salvador, ha sido ampliamente registrado por investigaciones periodísticas y en las declaraciones de funcionarios a cargo de la investigación. La verdad, sin embargo, sigue siendo evasiva, como en tantos otros casos de feminicidio que ocurren a diario en el país, en los que sobran preguntas y faltan respuestas que conduzca a todos los responsables. De hecho, el mismo año en el que Carla Ayala fue asesinada, otros hombres asesinaron a 289 mujeres, se sancionó a 214 policías por violencia de género y 114 fueron detenidos por la misma razón.

Las cifras permiten concluir que no se trató de un hecho aislado. El asesinato de Carla Ayala, por el contrario, es parte de un patrón institucional que durante mucho tiempo ha existido y tolerado al interior de la corporación policial, toda clase de abusos en contra de la integridad física y psíquica de las mujeres, que también intentan hacer una carrera profesional en la seguridad pública.

Ya desde 1997 la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos recibía decenas de denuncias por acoso sexual de mandos medios y superiores, en particular de aquellos a cargo, durante esa época, de la División de Protección de Personalidades Importantes (PPI). Y no se debe olvidar, que la agente policial que sirviera como testigo en el caso del joven Adriano Vilanova, asesinado en los Planes de Renderos por un grupo de policías, durante la noche del 2 de septiembre de 1995, sufrió un intento de asesinato al interior de la misma delegación policial en la que trabajaba.

Existen más antecedentes que dan cuenta de la vulnerabilidad de las mujeres policías, tanto debido a factores personales de sus agresores como también institucionales, tales como la falta de controles adecuados en el proceso de selección de los policías al inicio de su carrera, así como al momento de aspirar a un ascenso o cargo de responsabilidad. De hecho, las principales jefaturas policiales son desempeñadas en la actualidad por hombres, cuya valoración -en la mayoría de casos- sobre la violencia de género sufre el sesgo y los prejuicios propios de una institución machista y homofóbica, que hoy está muy lejos del proyecto que se concibió tras los Acuerdos de Paz de Chapultepec, en 1992.

El último mensaje de Carla Ayala hace tres años, ese: “Hey no me deje” que ahora recordamos aquí, se convierte en una interpelación para cada uno de los que desde las instituciones de justicia, medios de comunicación o simples ciudadanos, nos convertimos en testigos o conocedores de referencia de lo que ocurrió, de la torpeza con la que actuaron las autoridades y de la complicidad de mucha gente de uniforme que aún sigue en las calles resguardando la paz pública. No podemos dejar de exigir justicia para Carla Ayala…no la dejemos en el olvido.