“Dimisión”, “renuncia en pleno”, “fracaso”, “poner el cargo a disposición” y el siempre clásico: “me equivoqué”, son solo algunas de las palabras y expresiones que no suelen escucharse en nuestro medio de los políticos, aun cuando los resultados definitivos de la última contienda electoral las vuelven tan necesarias, ya que dan cuenta del tropiezo –para decirlo diplomáticamente– de quienes al frente de los partidos de mayor antigüedad, dejaron en evidencia su falta de capacidad, de convencimiento y de empatía con una sociedad cansada del abuso y la impunidad que siempre defendieron, y que ahora le dio la mayoría legislativa y hasta municipal, a una fuerza de recién llegados, expertos en improvisar y con una evidente vocación por el autoritarismo.

Los resultados dicen mucho: el partido de la derecha tradicional perdió casi un millón de votantes y el partido de izquierda poco más de un cuarto de lo mismo. A las elecciones concurrió la mitad del padrón electoral, como ya es costumbre, y con solo este sector el partido oficial obtiene una mayoría de diputados que, en alianza con otras fuerzas afines, ya alcanza la mayoría calificada suficiente para controlar en los próximos años a la totalidad de instituciones públicas.

En suma: el fracaso de las dirigencias políticas tradicionales le sirvió al novel partido presidencial para acaparar todo el poder, a pesar de que esta concentración ha sido la principal fuente de males a lo largo de nuestra historia, más por su potencialidad para garantizar la impunidad de funcionarios públicos y el abuso de potestades discrecionales, de una forma tan evidente que ya ni siquiera es necesario ejemplificar.

Pero las dirigencias partidarias en bancarrota política siguen allí, tan campantes, tan altivas, como si el desastre electoral y las consecuencias que este traerá para la sociedad salvadoreña no fueran ya un asunto de su incumbencia. El saliente alcalde de Santa Tecla por el partido ARENA achacó su resultado adverso a la existencia de “una moda”, y alguna representante del FMLN en una entrevista de televisión se negó a reconocer la urgencia de un relevo en la dirigencia de su partido, respondiendo a la entrevistadora, que insistió sobre este punto, con el acostumbrado estribillo de “que la militancia es la que se va a pronunciar al respecto”, como si no se tratara de un partido rabiosamente jerárquico en el que el disenso no estuviera proscrito, igual que en la organización de su contrincante tradicional.

Con semejante ceguera estratégica es muy poco lo que se puede esperar de la oposición, reducida a su mínima expresión en lo cuantitativo pero también en lo cualitativo, si atendemos al tipo de análisis –o más bien, a la falta de este– a partir de los ejemplos que aquí se están comentando.

Los salvadoreños carecemos de alternativas reales para la re distribución del poder en futuros eventos electorales, a la vez que estaremos como sociedad sometidos al continuo desgaste de la ya escasa credibilidad de nuestras instituciones, habida cuenta del contenido de las arengas presidenciales en ese sentido, que son cada vez más agresivas y frecuentes.

El proceso electoral que concluye, deja en evidencia la falta de responsabilidad y eficiencia de las dirigencias tradicionales, y además, lo imprescindibles que son los fondos públicos para el financiamiento de las campañas partidarias, como lo ha demostrado el gobierno central en beneficio del partido Nuevas Ideas, dejando a los partidos de oposición a expensas de sus falta de imaginación para auto financiarse o recurrir a mecanismos transparentes e innovadores, dejándose caer estos en una permanente pasividad, al no contar con la conocida “deuda política”, pero más aún, con el “Fondo para el Desarrollo Económico y Social de los Municipios de El Salvador” (Fodes), mediante el cual se transfiere a las alcaldías el diez por ciento de los ingresos netos del Estado.

A estas alturas, el Ministro de Hacienda asegura que no puede transferir dicho fondo a los gobiernos locales, y tal omisión es usada como excusa para su fracaso por muchos de los ediles en retirada, como si no se tratara de recursos destinados a obra pública y no a campañas partidarias, a menos que se entiendan estas como sinónimo de aquellas, lo que a todos parece quedarnos claro.

Asumir la derrota y dar paso a una nueva generación de liderazgos ciudadanos debería ser la prioridad entre los partidos políticos en desbandada.