Rosa Chávez, la biografía del primer cardenal salvadoreño
Lunes 12, Diciembre 2022 - 3:35 AM
El pasado 1 de diciembre, se lanzó el libro “Conversaciones con el cardenal Gregorio Rosa Chávez, candidato al premio nobel de la fidelidad”, una biografía escrita por el sacerdote boliviano, Ariel Beramendi.
Cristo es nuestra paz fue el lema que monseñor Gregorio Rosa Chávez eligió al ser nombrado obispo, en 1982, y parece que fue una especie de vaticinio o providencia sobre su vida y quehacer en la iglesia a partir de ese momento.
"Cristo es nuestra paz- porque quiero ser un mensajero de paz y un constructor de la paz en nuestra Iglesia, y en nuestro pueblo. Pero la paz de Cristo, que no es la paz que el mundo no puede dar”, pronunció el 3 de julio de 1982, en su mensaje al ser nombrado obispo auxiliar.
Y explicó: "Mi trabajo en favor de la paz estará inspirado en esta doctrina de la Iglesia que no es experta en asuntos políticos, sociales o económicos, pero que puede reclamar para sí el título de experta en la humanidad”. Un lineamiento que monseñor Rosa Chávez ha cumplido en cada mensaje o acción emanada desde él para los salvadoreños, al revisar su historia en retrospectiva.
Esa misma historia de vida del ahora cardenal salvadoreño ha quedado plasmada en el libro "Conversaciones con el cardenal Gregorio Rosa Chávez, candidato al premio nobel de fidelidad”, escrito por el padre boliviano, Ariel Beramendi, entre 2017 y 2019.
Pero también muestra al Gregorio niño, en su natal Sociedad en Morazán, el mayor de nueve hermanos que se convirtió en sacerdote, cuando su padre vio las cualidades de la vocación en él. "Lo que no sale por el tronco, sale por las ramas; si yo no pude, tu si podrás”, fue la respuesta de don Salomé Rosa al descubrir los dones sacerdotales en su hijo. "Vio refrendada su vocación en mi elección”, afirma el cardenal.
Sin embargo, la figura de monseñor Rosa Chávez ha estado fuertemente ligada a la del santo salvadoreño, monseñor Óscar Arnulfo Romero, en la historia salvadoreña: se conocieron, convivieron y tuvieron una fuerte amistad, pero una de las preguntas claves que muestra la conversación es ¿quién es monseñor Rosa Chávez si se quita a la figura de Romero?
En su respuesta, se puede ver reflejada la vida de entrega a la iglesia y de búsqueda del equilibrio. Un sacerdote que por méritos fue elegido entre un grupo para reabrir el seminario San José de la Montaña, después de un periodo de polarización política en el clero y la sociedad, y que le tocó enfrentar, desde ahí, los inicios de la guerra fratricida.
"Sigo siendo el mismo desde mis tiempos de seminarista hasta hoy, con distintos escenarios y situaciones, pero no cabe duda que mi encuentro y mi amistad con monseñor Romero, me han marcado a fuego”, resumen Rosa Chávez.
En esa amistad fue Romero quien descubrió la vocación de comunicador de Rosa Chávez, y que más tarde se consolidaría al estudiar la licenciatura en Comunicación Social en Lovaina, Bélgica, donde también se formó en teología dogmática en los años 70.
"Cuando él (Romero) predicaba los domingos, yo acostumbraba quedarme en mi oficina tomando nota de sus palabras que eran transmitidas por la radio. Después solíamos comentar su homilía, reflexionando sobre las palabras que había usado y el contenido de su mensaje”, recuerda en sus conversaciones el cardenal.
Sin duda, uno de los momentos más duros fue el asesinato de su amigo: "Vi a monseñor en una camilla de lámina, con sus ornamentos sacerdotales morados, sin vida, con el rostro sereno, sin rasgos de sangre, pues ya le habían limpiado. Algunas religiosas rezaban a su alrededor. Creo que fui uno de los primeros sacerdotes que rezaron un responso por él. Había un grupo de gente pensando qué hacer, o qué decir porque se temía lo peor. Todos estábamos desconcertados”, relata el cardenal sobre la noche del 24 de marzo de 1980, cuando acudió al lugar donde había asesinado a Romero.
"Al salir a la calle escuché la pólvora festiva en las zonas ricas de la ciudad. Me enteré después que algunos llegaron a decir: ‘Por fin mataron al comunista’. En mi predominó el silencio, estaba muy conmovido, pero también sentí paz en el corazón, por las circunstancias de su muerte: había muerto en el altar a la hora del ofertorio”, manifiesta Rosa Chávez.