Aunque están separados por los 15.400 kilómetros que hay de distancia entre San Salvador y Manila, el salvadoreño Nayib Bukele y el filipino Rodrigo Duterte son siameses políticos y comparten hasta la coincidencia de que sus apellidos tienen las mismas vocales en un idéntico orden.

Al poseer un rango institucional como los respectivos presidentes de El Salvador y de Filipinas, cualquiera podría creer que llegaron a esa posición de privilegio por gozar del coeficiente intelectual para actuar como verdaderos estadistas, con una admirable visión política de mediano y largo plazo sin descuidar los escenarios inmediatos.

La realidad es que, escasos de brillo, tampoco son tontos, pero tienen iniciativa y eso sí es inquietante. (Consejo de ancianas: ¡Cuídate de un medio bobo con iniciativa!)

Si no fuera porque son portadores de una investidura de respeto que les otorgaron los pueblos de El Salvador y de Filipinas, tampoco sería necesario perder tiempo en este dúo.

Pero los siameses Bukele y Duterte tienen poder. Por su labor, ocurrencias y temibles desatinos, se convirtieron en personajes de cautela en los que hay que desconfiar tras desnudar lo peor de sus cerebros.

Es cierto: a veces son anecdóticos y risibles por lo que dicen y hacen, pero por más que cada uno se transformó por méritos propios en un hazmerreír, con ambos hay que estar alertas.

Un periodista sagaz sabe que con lo que esa dupla opina y ordena, obtendrá primeras planas y noticias incendiarias. Pero nada más, porque ese mismo periodista se quedará vacío si busca pensamiento profundo en los siameses.

Bukele lanzó el pasado martes un sorpresivo ataque al gobierno de Costa Rica, al que trató de presentar como tramposo con el conteo de enfermos por el coronavirus. Costa Rica, aseguró, da la falsa impresión de que aplanó la curva de contagios, redujo la cantidad diaria de pruebas, pero con capacidad de realizar más, y el resultado es que hay menos casos.

Como costarricense en ejercicio de mis libertades, lamento que la repuesta del gobierno de Costa Rica al desacierto del presidente de los salvadoreños fuera pobre y débil. Habría sido preferible ignorar este nuevo disparate de Bukele, pero si San José optó por responder y seguir otras vías diplomáticas, debió hacerlo con severidad en defensa de los costarricenses.

Pero yo sí no me voy a quedar callado para decirle a Bukele que carece de autoridad moral para esos y otros cuestionamientos.

Nadie puede olvidar el espectáculo por el que Bukele se ganó en febrero pasado el repudio internacional tras tomarse el Poder Legislativo de El Salvador al amparo de policías y militares y exponer su “desprecio” por el Estado de derecho.

Tampoco obviar que, a finales de abril, Bukele dio un cheque en blanco a policías y militares para usar la fuerza letal contra las maras. Luego su gobierno ofreció el dantesco espectáculo de mareros amontonados en prisiones.

A las maras las conozco de cerca. He escrito numerosos reportajes de sus atrocidades, pero también de sus sucios negocios de tráfico de armas y de falsas treguas en complicidad con policías, militares y políticos. ¿Contra esos corruptos impunes también se podrá usar la fuerza letal?

Un dato clave: Bukele copió a Duterte.

En su campaña contra el narcotráfico, Duterte autorizó a los filipinos a matar a todo sospechoso de consumir o vender drogas. Amnistía Internacional (AI), organización mundial no estatal de defensa de los derechos humanos, describió al otro siamés: “Pocos líderes se han enorgullecido con tal descaro de sus agresiones a la dignidad humana como el presidente de Filipinas”.

AI recordó que, en la contienda electoral de 2016, Duterte mostró su “desprecio” por los derechos humanos y el Estado de derecho, juró que mataría a 100 mil personas por narcotráfico y pronosticó que los peces engordarían porque dispondrían de gran número de cadáveres en la bahía de Manila.

Con este decorado, ¿es Bukele un dictador? ¡Qué va! ¿Pichón de dictador? Sin duda, pese a que no le llega ni a los tobillos a los dictadores con los que me tocó lidiar como periodista, como el cubano Fidel Castro, el guatemalteco Efraím Ríos Montt, el panameño Manuel Noriega, el nicaragüense Anastasio Somoza o el haitiano Raoul Cedrás, entre otros.

Por eso es que, a pesar de los miles de kilómetros que los separan, Bukele y Duterte son siameses políticos. El dolor de salvadoreños se prolongará al menos hasta 2024 y el de los filipinos terminará en 2022, con otra coincidencia: los dos en junio.