Hoy se cumplen 41 años del asesinato del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, víctima de una bala asesina que simboliza la intolerancia, la violencia y el desprecio absoluto sobre la vida humana.

Es pues un momento para reflexionar sobre nuestro pasado, ese pasado al que nunca hay que volver. Precisamente en momentos en los que los grupos políticos que protagonizaron ese pasado han sido derrotados, la historia nos demuestra que la confrontación, la intolencia, el abuso que llevó a la guerra civil de los años 80, nunca debe volver. Es un pasado que debe servir como una gran lección de historia. Fue una guerra fratricida que aún estamos pagando no solo en el ámbito económico, sino también en la separación de familias y sus enormes consecuencias en la sociedad.

El asesinato de Monseñor Romero, una voz inclaudicable en la denuncia contra las injusticias y los abusos de los protagonistas de aquellos años, siempre defendiendo la vida humana, a los más desfavorecidos, fue un duro golpe en la conciencia de los salvadoreños. Nunca más ha surgido un liderazgo así ni entre la propia Iglesia Católica, bastante tímida en estos tiempos.

Esta mirada al pasado es precisamente para no cometer estos errores en el futuro. El Salvador debe solamente pensar en un futuro en democracia, en armonía, con justicia y transparencia, con tolerancia, donde se respeten las ideas y los derechos de todos, sin distinción. Donde los cuerpos de seguridad sean defensores del pueblo y no sus verdugos. El país jamás debe volver a los errores de la época de Romero, sino pensar en un futuro en paz, democracia, libertades y estado de Derecho para construir una nación en desarrollo y progreso. Ese es el reto.