La crisis de la covid-19, aunque escapa de cualquier intento predictivo, ha dado lugar a múltiples opiniones de expertos, “expertos” y de inexpertos. Sí, todo en masculino puesto que son hombres los que predominan en medios televisivos, entrevistas radiales, foros virtuales y, en general, en los diversos paneles sobre economía, políticas públicas, presupuestos, derechos humanos, etc. Entonces, ¿dónde estamos las expertas, las “expertas” y las inexpertas? ¿Cuál es la opinión de las mujeres para afrontar la pandemia y sus impactos respectivos en los temas cruciales que nos competen como sociedad?

No lo planteo como una preocupación esencialista, ni sexista, es decir, no pienso que las mujeres tengamos una sensibilidad innata y una predisposición natural y distinta a la de los hombres para abordar los problemas, seamos o no economistas, expertas, “expertas” o inexpertas. Lo que sí creo es que siendo más del 50% de la población debiéramos tener igual representación y voz en los asuntos que afectan al país, sobre todo porque, en la cadena de impactos que provocará esta crisis, las mujeres seremos el eslabón donde se profundizarán las desigualdades y, fundamentalmente, porque predominamos en la primera línea de atención (como enfermeras, cuidadoras, personal de limpieza, trabajadoras domésticas, entre otras funciones laborales).

Esto tampoco va en un sentido esencialista, puesto que no creo que las mujeres seamos un todo homogéneo. No todas las personas resultaremos afectadas en el mismo sentido y la misma magnitud y, en este marco, sé que habrá mujeres que, por su condición de clase, probablemente no padecerán las vicisitudes que sufrirán las mayorías de su mismo género. El simple hecho de ser mujer no se traduce en empatía automática para comprender la opresión y desigualdades que afectan particularmente a las mujeres. Valga la aclaración, pues, esto se llega a instrumentalizar en un sentido contrario sobre todo en épocas de elecciones electorales. El punto de aclamar la opinión de las expertas, las “expertas” e inexpertas obedece a un hecho de lógica matemática y democrática simple, puesto que, repito, siendo el 50% de la población debiéramos tener igual oportunidad que los hombres de emitir opinión, sea esta de carácter experto o no como lo hacen ellos.

Lamentablemente, en nuestras sociedades, la única lógica que funciona es la del machismo y la del privilegio. En este marco, la crisis derivada de la covid-19 ha sacado a la luz los diversos lastres de nuestra sociedad, no solo en materia económica, sino también social, política y cultural. Uno de ellos es precisamente el fuerte androcentrismo y la escasa participación femenina en los asuntos públicos. La mayoría de las veces, incluso, a pesar de contar con las credenciales profesionales para emitir opinión. O bien, cuando somos tenidas en cuenta, predominamos en las discusiones sobre los impactos de la crisis en la vida de las mujeres, como si se tratara de temas segmentados y ajenos de los asuntos que afectan a la sociedad en conjunto. Esto lo vemos en el gobierno, en los tanques de pensamiento, en los organismos internacionales, en las universidades y, paradójicamente, en muchas instituciones pro-igualdad; reflejando que, indistintamente de las ideologías y de los principios que se dice profesar, en la práctica prevalece una especie de “hermanamiento machista” en la forma de abordar este tema en particular.

Lo traigo a colación, dado que la crisis actual demanda un manejo democrático del que hasta ahora se ha carecido. Pero, fundamentalmente, porque, en materia de toma de decisiones relativas a leyes, políticas y finanzas públicas, es vital para la democracia la participación equitativa de las expertas y de los expertos, y, como un asunto de ciudadanía, la escucha atenta de las opiniones e inquietudes inexpertas. De lo contrario, probablemente superemos la crisis de la covid-19, pero no la que deriva de una visión androcéntrica de la realidad. Por tanto, en la “nueva normalidad” difícilmente lograremos propuestas y soluciones “fuera de la caja”, pues continuaremos acarreando la cultura del privilegio y las visiones patriarcales que nunca debieron asumirse como normales e incluso como naturales. En definitiva, el problema no es que carezcamos de expertas, sino que tenemos una sociedad sin la voluntad política de valorarlas, reconocerlas y visibilizarlas como tal.