Las recientes declaraciones del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, sobre la posibilidad de utilizar acciones militares o económicas para tomar el control del Canal de Panamá y Groenlandia han generado una inquietud internacional. Estas afirmaciones no solo desafían la soberanía de naciones independientes, sino que también ponen en entredicho los principios fundamentales del derecho internacional y la diplomacia contemporánea especialmente con países considerados aliados de Washington.



El Canal de Panamá, una arteria vital para el comercio mundial, ha sido administrado soberanamente por Panamá desde su transferencia en 1999, tras los acuerdos firmados en 1977 por el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter. Las insinuaciones de Trump sobre una posible intervención para recuperar el control de esta vía interoceánica son una afrenta directa a la independencia y autodeterminación del pueblo panameño que ha trabajado duro para administrar y ampliar la vía interoceánica. El canciller panameño, Javier Martínez-Acha, ha respondido enfáticamente que “la soberanía de nuestro canal no es negociable y es parte de nuestra historia de lucha y una conquista irreversible” .

Por otro lado, el interés de Trump en Groenlandia, territorio autónomo de Dinamarca, no es nuevo. Sin embargo, la sugerencia de emplear coerción militar o económica para adquirir la isla es alarmante. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, ha reiterado que “Groenlandia no está en venta” y que su futuro lo deciden sus propios habitantes . Estas declaraciones de Trump no solo tensan las relaciones diplomáticas con Dinamarca, sino que también ignoran la voluntad del pueblo groenlandés. Además, tensan la relación con toda la Unión Europea.



Como si no bastara, Trump ha sugerido que Canadá debería convertirse en un estado más de Estados Unidos, una propuesta que ha sido recibida con indignación por parte del gobierno canadiense. El primer ministro Justin Trudeau ha declarado que “jamás de los jamases Canadá formará parte de Estados Unidos” . Estas afirmaciones ponen en riesgo la relación histórica y amistosa entre ambos países.

Es llamativo que Trump pone el eje de sus provocaciones en naciones aliadas como Panamá, Canadá o Dinamarca, pero no dice absolutamente nada sobre China, Rusia, Corea del Norte o Irán. Y tampoco hace comentario alguno sobre las barbaridades de las dictaduras de Venezuela y Nicaragua en nuestro continente.

Las intenciones expansionistas de Trump, basadas en una visión obsoleta de la geopolítica, amenazan con desestabilizar el orden internacional y socavan los valores de respeto mutuo y cooperación entre naciones. Es imperativo que la comunidad internacional reafirme su compromiso con la soberanía de cada país y rechace cualquier intento de imposición por la fuerza. La diplomacia y el diálogo deben prevalecer sobre las amenazas y la coerción en las relaciones internacionales.