El periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro lo llamó, con exquisita ironía, “el modelo COSEP”. Yo prefiero describirlo con una palabra que grafica mejor su carácter anómalo y peligroso: “síndrome”. Elijo este término porque se trata del conjunto de manifestaciones, más o menos visibles, de una patología terrible con efectos políticos, económicos y sociales.

El Consejo Superior de la Empresa Privada, COSEP, es la cúpula de los sectores empresariales de Nicaragua. (La versión chocha de la ANEP, para entendernos). Sus dirigentes, por desgracia, con el advenimiento del segundo gobierno de Daniel Ortega en enero de 2007, aceptaron casi sin rechistar un acuerdo espurio que consistía, básicamente, en permitir al régimen hacer lo que quisiera en materia política, a cambio de verse beneficiados con medidas económicas complacientes.

Sobre este pacto tan deshonroso, Chamorro dice que en ese momento se respiraba “un genuino clima de entusiasmo”, una “sensación de alivio” que luego dio pie al “acomodamiento” y a una abierta “celebración de grandes oportunidades de negocios” (con la familia gobernante y sus allegados incluidos). Ortega invitó a los empresarios a aprovechar la prosperidad que les ofrecía el régimen, pero advirtiéndoles que ni se les ocurriera “meterse en política”, que en su lenguaje autoritario significaba dejar que él cooptara sin oposición las instituciones democráticas.

Y efectivamente, a lo largo de una década entera, Nicaragua experimentó un crecimiento notable, solo por debajo de Panamá en la región. Los voceros del COSEP, claro, estaban exultantes. Se pavoneaban en reuniones gremiales centroamericanas exhibiéndose a sí mismos como un ejemplo de astucia, visión estratégica y “diálogo no conflictivo” con el gobierno. Uno de estos dirigentes se atrevió a decirme, durante una cena en Managua, que la ANEP y la Cámara de Comercio en El Salvador cometían un error al “no imitar” el hábil proceder de los empresarios nicas. Mi respuesta no le cayó en gracia: “Esta noche, amigo mío, yo sería incapaz de ver a los ojos de mis hijos si horas antes he estado negociando su libertad con un tirano”.

Aquel modelo, por supuesto, era insostenible. Ortega se quitó la careta cuando por fin vio amenazado su poder en abril de 2018 y el resultado fue espantoso: los hijos de incontables familias nicaragüenses terminaron masacrados en las calles y la tan pujante economía, otrora orgullo del “astuto” COSEP, se fue a pique en cuestión de semanas. Las lecciones son tantas y tan duras, que no caben en una columna de opinión.

En lo que a nuestro país respecta, interesa dejar bien claro que las gremiales que representan a los sectores productivos salvadoreños –lo sé porque trabajo en una– no están padeciendo el “síndrome COSEP”. Aunque pueda haber algunos empresarios que prefieran hacer negocios a garantizar un país libre para sus hijos, los líderes empresariales salvadoreños, en su inmensa mayoría, nunca aceptarían pactos que comprometieran la institucionalidad democrática.

Igualmente es oportuno aclarar que tampoco ha habido, ni por asomo, un ofrecimiento semejante por parte del gobierno de Nayib Bukele. Ninguno de sus funcionarios ha planteado jamás que las gremiales empresariales deban contentarse con medidas puramente económicas mientras se desmontan los pilares de nuestra democracia. Por el contrario, y hasta el día en que escribo estas líneas, lo que se ha visto en secretarios y ministros es el deseo de ayudar a encontrar consensos que nos permitan reactivar el país, tan golpeado por las politiqueras e ideológicas administraciones del FMLN.

Bukele ha criticado, con justa razón, la dictadura de su homólogo nicaragüense. Y los empresarios salvadoreños, a sus colegas en el COSEP solo les desean el pronto despertar de su pesadilla.