La brecha entre el discurso político y la realidad de la gente se hace cada vez más latente. En un país con pobreza, hambre, enfermedad, falta de educación, sin agua y con inseguridad. Lo que se recibe de quienes tienen el poder para resolver esos problemas, es un burdo espectáculo. En un contexto en el que miles han perdido su empleo y han caído en pobreza, desde la Asamblea Legislativa se pusieron a trabajar para preparar el escenario de una clase política que de plano vive en otra dimensión.

En medio de una crisis económica y una pandemia, lo importante era mostrar en cadena nacional como caminaban por una ¡alfombra roja!, mandada a diseñar especialmente para esa ocasión, por quienes dicen representar al pueblo. Bueno, tan así representan al pueblo, que posterior a que ellos caminaran por esa alfombra, en la Colonia Santa Lucía las personas eran testigos como sus casas se volvían a inundar.

En horario estelar, un despliegue militar y policial era televisado, para mostrar cómo se cuidaba a los políticos, mientras cientos de personas lloraban a sus seres queridos desaparecidos o asesinados. Seguramente mientras brindaban con tragos caros y comidas exóticas, miles de personas se habían quedado sin cenar.

La política desde hace mucho ha dejado de ser un espacio para solucionar los problemas de la gente o incluso para debatir siquiera esos problemas. Por eso que, en un momento diseñado para rendir cuentas, hablar sobre los desafíos y anunciar las políticas a continuar, simplemente se utiliza como tarima para un mitin propio de un evento electoral, para esparcir odio, para inventarse enemigos y por supuesto para juramentar a los “soldados” que deben luchar frente a esos enemigos. Ya lo he dicho y lo vuelvo a repetir, no es lo mismo ganar elecciones que gobernar. Al menos no gobernar para las grandes mayorías.

Llama la atención que ni siquiera se hizo mención sobre los logros de esta administración, pues era un excelente momento para mostrar con cifras los avances que tiene el país, inclusive poniéndolas a disposición para que cualquier persona comprobara qué son ciertos. Buena parte del discurso se centró en mencionar que se está derrotando a la oligarquía. Algo que dicho sea de paso no es cierto, pero que muestra en realidad de qué va esto, una disputa de un pequeñísimo grupo que está usando y controlando el Estado para intentar convertirse en la nueva oligarquía, eso sí, aliándose con parte de ella.

Porque, aunque se repita un millón de veces que se gobierna para el pueblo, no significa que eso sea verdad. ¿Qué medidas se han aprobado para realmente cambiar las condiciones estructurales del pueblo? De hecho, cada uno más allá de su simpatía puede cuestionarse si su situación económica, social y política es mejor ahora que hace dos años, no con base en el discurso sino en lo concreto.

La pregunta, es entonces hasta cuándo se puede seguir así, evadiendo la responsabilidad de lo que significa gobernar, de la obligación de crear empleos de calidad, de garantizar la educación, la salud, el agua, el empleo, la seguridad, la vivienda, el transporte y un gran etcétera. Decir cómo se logrará que las mujeres y jóvenes puedan tener más ingresos y como las personas adultas mayores van a tener aseguradas unas pensiones. Cómo se van a dar respuestas a las familias de las personas desaparecidas.

Hasta cuándo se puede seguir sin siquiera decirle a la gente cuáles medidas se van a adoptar en el ámbito fiscal, cuando un ajuste parece inminente. Explicar detalladamente cuáles impuestos se van incorporar o modificar y quiénes los van a pagar, que rubros de gasto se van a recortar y a quiénes se va a perjudicar; así cómo se va a gestionar la deuda para no seguir hipotecando el futuro del país.

Porque al momento que se apaga la televisión, la radio o el celular, el discurso terminar y el show desaparece; pero los problemas de la gente siguen sin resolverse.